Así que has decidido coger el toro por los cuernos. Estás decidida a librarte de la tiranía de las dietas. En primer lugar, evaluaste si necesitabas o no un Lavado de Cerebro Antidietético. Luego empezaste a apuntar todo lo que comías y las causas que te llevaban a hacerlo en tu Fabulosa Libreta Nueva. Después, en un enfoque radical de la cuestión, decidiste comer solo cuando tuvieras hambre.
Por supuesto, habrá problemas. Y, por supuesto, no podremos preverlos todos. Pero la experiencia es un grado, así que después de vivir todo este asunto en primera persona, de hablar con gente con problemas de peso y escuchar sus tribulaciones, aquí va una lista de posibles dificultades y soluciones durante esta primera fase del LCA:
1. No tengo suficiente hambre y no puedo comer todo lo que querría.
Si empiezas a comer sólo cuando tienes hambre, te darás cuenta de que no tienes hambre tan a menudo. Eso supone que a veces perderás oportunidades de comer rico. Como ese bodorrio en que te llenaste con los entrantes y después no había manera de hacer pasar el solomillo con reducción de Pedro Ximénez (y sí: todo menú pijo que se precie debe llevar, como mínimo, una reducción de Pedro Ximénez).
Puede que te hayas llevado un tentempié para media mañana y justo después alguien saque un bizcocho que ha traído para compartir. O puede que tus amigos decidan ir de tapas ese día que has cenado en casa porque tenías mucha hambre. ¿Qué hacer?
Lo primero es identificar qué está pasando. Lo que te pasa es que hay algo genial que tú no quieres perderte. Tu cerebro, engañado por años de restricciones más o menos conscientes, le ha dado a la comida un valor de recompensa enorme. La cultura española, donde una cantidad preocupante de conversaciones giran en torno a deliciosos restaurantes y especialidades fuera de carta, tampoco ayuda. Si el mensaje que ha interiorizado tu mente es que toda comida especial es una experiencia indispensable, y que si no la tomas AHORA te la perderás para siempre, terminarás comiendo sin hambre.
En ese momento, puedes hacer varias cosas:
- Hacer la del político, a saber: prometer con desvergüenza. Prométete que mañana, cuando tengas hambre, buscarás la tarta más rica de la ciudad y te la comerás. O que irás a cenar con tu pareja, o con alguna amiga, y pedirás ese solomillo al Pedro Ximénez que ahora no te entra ni con calzador. Recuerda cómo sabe la comida cuando no tienes hambre. Exacto: a cartón. No te dejes engañar por el «siempre hay un hueco para el postre»; no es un hueco, eres tú haciendo en tu estómago el equivalente a la maleta cuando vuelves de vacaciones.
- Renunciar. Ya hablé aquí del increíble poder de la renuncia. Quizá esta sea LA ÚNICA oportunidad de probar ese plato, porque estás en un restaurante ruso en el subsuelo de Nueva York donde los camareros son travestis mulatos y sólo puedes entrar si sabes la contraseña («Matrioska»). OK. Qué le vamos a hacer. Hacemos elecciones todo el rato. Comer no es más que experimentar sensaciones transitorias. Puedes probar un pedacito y recordar, como decía una lectora en un comentario, que el resto sabe exactamente igual.
- Hacer un trueque de sensaciones. Uno de los problemas cuando evitamos comer sin hambre es que estamos cambiando una sensación inmediata y placentera, como es «comerme eso aquí, ahora, YA», por una idea abstracta y lejana, como «tener una relación sana con la comida» o «estar más delgada». Es mejor evocar una sensación igual de placentera y más inmediata: la ligereza que sentirás si evitas comer ahora, o la pesadez de la que te librarás y que te permitirá no pasar toda la tarde en tu sillón, tomando sal de fruta y luchando por respirar.
2. Tengo hambre demasiado a menudo
Si te da la sensación de que tienes hambre todo el rato, pueden pasar varias cosas.
- Todavía no has aprendido a distinguir el hambre de otras sensaciones. Tendrás que volver al apartado del post anterior que habla de eso y trabajar más atentamente la atención a tu cuerpo, tu mente y tus emociones. Empieza por ocasiones en las que el hambre sea inequívoca, y también cuando otras emociones sean inequívocas.
- Otra razón puede tener que ver con la elección de los alimentos. Determinados alimentos producen más sensación de saciedad que otros, y durante más tiempo. Si te estás permitiendo comer lo que te apetece, y lo que te apetece es montarte en la montaña rusa de los carbohidratos, es posible que tengas hambre a menudo.
Sin embargo, ahora mismo no estamos trabajando en la elección de alimentos, sino en comer cuando tengas hambre. Así que, como dice Geneen Roth en uno de los capítulos de «No más dietas»: no importa lo que hayas comido las últimas veinticuatro horas, los últimos veinticuatro días o los últimos veinticuatro años; la próxima vez que tengas hambre, come.
Cuando te hayas pasado unos días comportándote como un niño hiperactivo en un viaje hiperglucémico, créeme: te apetecerán otras cosas.
3. Si no tengo hambre y es hora de comer, no sé muy bien qué hacer
A mí eso me pasa. Si me levanto un fin de semana y desayuno más tarde de lo habitual, en torno a la hora de comer empiezo a ponerme nerviosa. «Debería estar comiendo y no tengo hambre». No tengo muy claro qué hacer con mi vida y mis esquemas se descuadran.
Ante esto, tienes varias opciones:
– Comer algo muy ligero, casi simbólico, para «recuperar el ritmo». No recomiendo esto. Tener hambre es necesario para saber cuándo se está lleno. Si empiezas a comer sintiéndote lleno, ¿cómo vas a saber cuándo has tenido suficiente?
Sin embargo, si eres consciente de que estás comiendo «para rellenar», bastará con que delimites una cantidad justa. Planea qué vas a hacer justo después. El mayor riesgo de esta medida es no parar después de esa pequeña cantidad y atiborrarse. Para ello, levántate de la mesa y haz algo distinto, y no olvides repetirte que puedes parar de comer, porque cuando tengas hambre de nuevo, podrás volver a comer.
– Tomarlo como una ventaja, en lugar de como un inconveniente. Si no tengo hambre a la hora de la cena, me pongo contenta: ¡no tengo que parar de hacer cosas! A esa hora suelo estar escribiendo o leyendo; a veces, detenerme a preparar la cena y después comérmela me corta el ritmo y reduce mi productividad.
Si no lo ves como una ventaja es porque te aburres, o porque no te gusta lo que estás haciendo. Por ejemplo: si te quedas por la tarde en el trabajo y no tienes hambre a la hora de almorzar, pensarás «vaya mierda. Mi único ratito para salir, descansar y disfrutar de algún estímulo, y me lo voy a perder». En ese caso, piensa en algo distinto que también te estimule. Echa una cabezadita sobre el escritorio, o sal a pasear, o siéntate en el bar, pide una infusión y charla con los compañeros.
– Ser consciente de que te gusta llevar tu ritmo y tenerlo en cuenta. Al principio, esto de comer cuando uno tiene hambre suena ultrajipi, y te imaginas con unos horarios alternativos de ingesta totalmente personales. La pura realidad es que seguramente tengas hambre a la misma hora que el resto de la gente. Si te levantas a la una y tienes hambre, quizá te compense tomar un café y aguantar un poquito hasta la hora del almuerzo.
No te confundas. Aguantar el hambre no es malo si se hace por las razones correctas. Si piensas que tener hambre es la manera en que tu cuerpo te putea y te impide alcanzar tu maravilloso peso ideal, es lógico que lo pases mal resistiéndola. Si te das cuenta de que el hambre es una señal que indica «necesito comida», pero que vas a satisfacer ese hambre en breve y que no pasa nada por aguantarla un pelín más, se hará mucho más tolerable.
Como decía mi abuela: «hambre que espera hartura no es hambre ninguna».
4. Cuando tengo hambre es cuando me pongo a cocinar, y entonces el hambre se hace insoportable y acabo comiendo porquerías
El siguiente paso en el Lavado de Cerebro Antidietético tendrá que ver con la elección de alimentos, y la consigna que daremos será, básicamente, «come lo que quieras». Lo que te apetezca. El problema es que quizá no sabes lo que te apetece hasta que no tienes hambre, y cuando tienes hambre y te pones a cocinar, no te puedes controlar y terminas por atacar lo primero que ves en la nevera. Entonces se te quita el hambre, y te da rabia no poder tomar lo que has cocinado, y sientes cómo las grasas hidrogenadas se acumulan en tus venas y tu esperanza de vida se acorta diez años. Etcétera.
¿Qué hacer? Durante este primer periodo, yo intentaría ceñirme a comidas que no requieran mucha preparación o tenerlas preparadas de antemano. Lo ideal es disponer de un surtido más o menos variado de tipos de alimentos a los que poder recurrir. Por ejemplo: ensalada, huevos, filetes/hamburguesas vegetales* que puedas freír rápidamente o arroz ya cocido, del que viene en vasitos o preparado por ti. También puedes disponer de unos cuantos tupper congelados de potajes, legumbres en conservas para ensalada u otros cereales.
¿Y los alimentos precocinados, o «menos sanos»? ¿Está bien tenerlos a mano, o es mejor, como dicen en todos los artículos sobre dietas del mundo, comprar sólo cosas sanas para evitar la tentación? Como ya os decía, el valor que le damos a un alimento tiene que ver con nuestra mente, no con su sabor. Yo he salido a medianoche de la cama a meter la cuchara en un tarro de tahini, que es un puré de sésamo bastante pastoso y amargo; también he pasado días y días con un bizcocho de limón en la despensa y he acabado tirándolo porque no me apetecía nada.
No tener comida «chunga» en tu casa es una señal de que no confías en ti. Si estás comprando en el supermercado y te resulta apetecible algo «prohibido», cómpralo. Compra bastante cantidad, de hecho, y guárdala en tu despensa. A lo largo de tu Lavado de Cerebro Antidietético, si tienes hambre y realmente eso es lo que te apetece, cómetelo. Si tienes hambre y te apetece un potaje, pero te comes unos donuts porque los tienes más a mano, te estarás conformando con algo que en realidad no quieres. No estarás siendo débil, ni rompiendo ninguna regla; simplemente, estarás portándote peor de lo que deberías contigo misma, porque lo que te apetece de verdad es potaje.
De momento, querido jipi, lo dejamos aquí. La lista de dudas sigue, pero este post me está quedando extenso nivel Tolkien, así que continuaré en el siguiente. Entretanto, ¿qué dudas te han surgido a ti, oh, valiente lector? ¿Cómo las has solucionado? Compártelo en los comentarios.
[Imagen: Emily]
Yo hago ayunos para recuperar el hambre, a parte de las sensaciones físicas que se alejan bastante de la ansiedad sino que más bien es ruido estomacal, ligero mareo, es que pensando en comida que normalmente no comes, al verla te apetece mucho, a mi me paso al ver una berenjena y una cebolla y en eso se compuso mi menú.
Pensé que era la única… yo los findes que me levanto y desayuno tarde también siento una pequeña inquietud interior cuando a las 14:30 no estoy comiendo, ¡jajaja! Yo no hice lo de la libreta, así que no puedo comentar nada más interesante 🙂 Un besote!
Definitivamente NO me llegan tus actualizaciones:(, así que te visito con frecuencia y que ilusión me ha hecho al ver tu post!!!
Yo hago exactamente eso, el dia que me levanto más tarde o me ha apetecido algo a media mañana no es raro encontrarme a las seis de la tarde con un plato de macarrones…luego ceno muy poquito, no me gusta irme a la cama con la sensación de estómago vacío. Y la verdad es que todo el mundo me dice lo delgada que me estoy quedando, no me peso desde hace dos meses(me parece una costumbre muy mal sana porque hay dias que estás más hinchada y pesas más y te autocastigas…)me lo noto en la ropa, eso me basta.
Yo creo que el quid de la cuestión, por lo menos en mi caso, ha sido el intentar ser crudívora, cuántos más alimentos crudos consumo mejor me siento y veo que mi cuerpo se libera de todo lo que le sobra. El consumir alimentos procesados hace que el cuerpo trabaje más,agote su energia y además queden residuos a modo de tóxinas. Llevo investigando con mi cuerpo ya cerca de un año y esta última opción es la que mejor me está yendo. Procuro no exponer los alimentos a más de 60 grados porque ahí se desnaturalizan las vitaminas y ya solo consumes fibra. De todos modos si tengo que salir a comer o tomar tapas me dejo de exquisiteces!XD
Me están encantando estos últimos post, me siento muy identificada y refuerzan mis propósitos!!
Mil millones de gracias!!
Chu!!
PD:Nos vemos en breve, nooooo??<3
A mi me pasa que muchas veces, cuando tengo hambre, no tengo comida. Y cuando tengo comida, no tengo hambre pero igualmente como tengo un horario laboral fijo, tengo que comer o llevarme un bocata para cuando tenga hambre, aunque no sea lo que me apetezca o esté hasta las narices de comer pan con cosas.
Sí, podría llevarme comida de casa pero a veces no tengo tiempo ni de ir a comprarlas, como para pensar en cocinar… muero.
Por tanto, me cuesta bastante tirar adelante con esos momentos hambre real o no.
Por cierto, qué difícil es saber cuándo es hambre de verdad verdadera y cuándo mestoy autotomandolpelo. ¿Por qué me boicoteo, con lo que me quiero? me pregunto. No tengo respuesta.
besos y gracias por estos absolutamente maravillosos posts, querida Tolkien.
Llevo un tiempo haciendo lo de «cóme cuanto tengas hambre» y sigo pensando que es el mejor consejo que me han dado en la vida. suelo tener cosas disponibles que más o menos me suelen apetecer, para cuando quiera, y eso sólo ya me quita la ansiedad.
Mi padre decía que comía como si me fueran a quitar la comida del plato… y ahora veo que él tenía razón, era exactamente lo que yo pensaba, que no iba a poder disfrutar de esa sensación más adelante.
ahora sé que si lo he hecho yo, lo puedo volver a cocinar cuando quiera, que si lo como en un restaurante, lo puedo volver a pedir otro día, y que si no voy a algún evento, me puedo ir a comer fuera cuando yo quiera… y que si a pesar de todo me encuentro con algo que no puedo comer… tampoco va a pasar nada.
repito que es el mejor consejo que me han dado nunca, he dejado de ser esclava de lo que comía. ahora no manda la comida, mando yo 🙂
y también sé que si tengo un poco de hambre porque estoy fuera de casa no pasa nada, porque luego comeré lo que me apetezca cuando llegue a casa.
muchísimas gracias, Marina, de verdad.
ah! y he perdido ya 3 kilos. pero de verdad que eso no es lo importante ahora, es el «peso» (qué bien traido, jajaja) que me he quitado de encima…
Besos
Me está encantando tu blog y, en particular, tu serie de entradas sobre dietas. Sinceramente, me estás descubriendo un mundo y quiero intentar hacerme un LCA 😉 Sólo me surge una duda … al final es evidente que, tras años de privaciones y de obsesión por la comida y por la báscula, no quiero acabar ganando 10 kilos. Mi duda es, ¿y qué demonios hacemos si lo que nos apetece comer siempre son cosas que engordan? Sé que es un poco extremista pero estoy segura de que esta pregunta se le pasa a más lectores por la cabeza. ¡Ayuda! Gracias por tu blog, de verdad, me gusta mucho lo franca y directa que eres.
¡Hola, Laura!
Muchas gracias por comentar.
Entiendo tu preocupación. La paradoja del asunto es que precisamente cuando dejamos de restringirnos, nos damos cuenta de que no siempre nos apetecen cosas que engordan. El problema es que estando siempre a dieta, pensamos que sí; que, como dice Geneen Roth en «No más dietas», «si me descontrolo devoraré el universo». No es verdad.
Hace dos años, después de unos meses a dieta feroz, me obsesioné con el helado. No cenaba para poder tomar una tarrina de helado. Una noche llegué a peregrinar por tres heladerías distintas para poder pedir una tarrina grande en cada una y no sentirme juzgada.
Pues bien: ¿sabes cuántos helados me he tomado este año? Dos. Y no estoy a dieta: ahora mismo peso 48 kilos. Simplemente, ahora que me lo permito no me apetece tanto. Mi novio me dijo hace una semana que soy la persona menos dulcera que conoce, y flipé. Cuando me ponía a dieta, pensaba que podría alimentarme solo de brownies. Ahora casi nunca como dulce, porque es verdad que prefiero lo salado con mucho.
Es una decisión difícil, porque supone confiar en ti misma y en que tu cuerpo, a largo plazo, quiere lo mejor para ti. A mí ha sido lo único que me ha funcionado a largo plazo.
Te recomiendo encarecidamente los libros de Geneen. Espero que te sirva todo esto.
¡Un fuerte abrazo!
Madre mía, ¡tienes toda la razón! Llevo haciéndolo solamente 3 días pero es increíble, hasta ahora no me ha apetecido nada que engorde pero porque llega el momento de tener hambre y me pongo a pensar «vale, qué me apetece» y es cierto, no me ha apetecido ni siquiera un helado (y mira que soy fan del helado). Además cuando he elegido comer sano, lo he hecho con tranquilidad, pensando que es una elección y no una obligación, que si hubiera querido comerme unas patatas lo podría haber hecho. Me encanta, Marina. Es increíble cómo funciona la mente.
Me apunto los libros!! Un abrazo!!