Son las ocho de la tarde, es casi julio en Granada, me muero de calor y estoy discutiendo con la que pronto dejará de ser mi casera sobre un pato de plástico.
Contexto: me mudé aquí hace año y medio en mitad de una época turbulenta. Firmé el inventario en estado de shock, sin imaginarme que al dejar el piso iba a pasar una hora y media de mi vida, que nadie me devolverá, repasando uno por uno todos los adornos viejos, cacharros de cocina desportillados y fundas mohosas que la buena señora me dejó en la casa. Ahora faltan objetos que no sé si estaban cuando llegué y que la casera pretende descontar de mi fianza. No estoy hablando de un microondas, o de una tele de plasma de última generación. Estoy hablando de cosas como dos fundas de almohada, el famoso pato y una bandeja con flores, que al parecer era preciosa.
Para cuando mi ex-casera se va, muy sonriente, con suficientes euros para renovar la bandeja, las fundas de almohada, el puñetero pato, los vasos que se han roto y demás reliquias familiares, yo estoy espatarrada en el sofá tratando de calmar a Alana, que se mueve como loca en mi panza, y con un solo pensamiento en mi cabeza:
«¿Por qué no puede alguna gente ser de otra manera?»
Tengo un sueño, como Martin Luther King
Ese sueño es que un día me levantaré y la gente a mi alrededor actuará exactamente como yo quiero que lo haga.
Las personas con las que colaboro serán eficientes y rápidas. Pablo recogerá los calcetines del suelo. Nadie utilizará nunca más la comic sans en ningún cartel, y el conjunto de hispanoparlantes se enterará de una puñetera vez de que «ti» NUNCA lleva tilde.
Luego me despierto, claro, y me encuentro con la realidad: que, por desgracia, incluye calcetines por doquier, fuentes tipográficas ofensivas y proyectos que no salen adelante por razones que, de verdad de verdad, no tienen nada que ver conmigo.
El problema de todas esas microfricciones con la realidad es que me dejan la sensación de que el mundo podría ser perfecto… si solo la gente que hay en él hiciera lo que quiero yo. Por supuesto, obvio el hecho de que yo misma soy la persona menos perfecta del mundo: la fantasía de que son los demás los que tienen que cambiar es demasiado sugerente.
El Mercadillo De Ideas o MDI
Imagina que todas las ideas del mundo están expuestas en un mercadillo, o mercaíllo o, como le dicen en Cádiz, «El Piojito».
Tú vas por ahí caminando y mirando las ideas, y tienes la opción de comprar unas u otras. El único precio que tiene comprar una idea es que una vez que la compras, tienes que actuar como si fuera verdad.
Por ejemplo: si compras la idea «nadie me va a querer nunca», el contrato te obliga a que te encierres en casa y desistas de conocer a nadie, o a que si empiezas una relación, no te muestres vulnerable. Si compras «los demás son mucho mejores que yo», tienes que evitar lo que está fuera de tu zona de confort o emprender proyectos nuevos. Si compras «la gente va a lo suyo», más te vale mostrar desconfianza o interpretar lo que hacen los otros de la peor forma posible.
Lo bueno del mercadillo es que hay todo tipo de ideas. Puedes comprar la idea «ahora mismo no sé hacer esto, pero si practico mejoraré», o la idea «los demás lo hacen lo mejor que pueden», o la idea «prefiero intentarlo y fallar que darme por vencida de antemano».
¡Alto, Marina! ¿Qué es esto? ¿Te has tomado un batido de frases de muro de Facebook para desayunar? ¿Te estás pasando al lado oscuro del pensamiento positivo?
Nada de eso. Fíjate que comprar la idea no quiere decir creértela. Quiere decir actuar como si fuera verdad, incluso aunque no te la creas.
Soy consciente de que esto requiere ciertos malabares mentales, así que pondré un ejemplo:
Si compro la idea «los demás lo hacen lo mejor que pueden», esto no quiere decir que cuando mi casera me negocie el precio del pato, no se me pase por la cabeza «maldita zorra miserable, toma cincuenta euros y cómprate cincuenta patos que te hagan compañía». Esto no es ser mala persona ni necesitar terapia: es ser un humano normal y corriente. Pero como soy, en efecto, un humano con capacidad de autocontrol, puedo respirar y decirme a mí misma «los demás lo hacen lo mejor que pueden», y mostrarme amable aunque note cómo la bilis corroe mis intestinos.
¡Todavía hay más!
Puedes creerte una idea y no comprarla.
Puedes estar convencidísima de que algo es verdad y, aun así, elegir actuar como si no fuera verdad.
Por ejemplo: tienes una presentación importante en el trabajo y es tentador pasear por el puesto de Ideas al Peso para Autofustigarse. Tiene rebajadas la idea «todos se van a reír de mí», «soy la peor del departamento» o «si tartamudeo o me pongo roja, me moriré de la vergüenza».
Este puesto tiene un departamento de marketing tan, pero TAN bueno, que te parece que ni siquiera tienes la opción de comprar esas ideas, porque son la verdad, ya son tuyas, las llevas de fábrica.
Sin embargo: ¿sería posible que vayas mañana a esa presentación, creyéndote todas las ideas autofustigadoras, y que actúes como si no fueran verdad? ¿Como si fueras capaz de hacer esto? No te pregunto si sería fácil, o si no sería mucho más cómodo y relajante tener solo ideas positivas y molonas… te pregunto si sería posible.
Lo más interesante del concepto MDI es que te des cuenta de que llevas toda tu vida paseando por él y metiendo indiscriminadamente ideas en tu bolsa. Te animo a que eches un vistazo: ¿qué ideas continúas comprando día tras día que te están limitando, que te alejan de lo que te importa, que te paralizan?
Una idea superventas
El MDI tiene, como todos los mercadillos del mundo, un puesto que está hasta las trancas (es una suerte que el MDI nunca se quede sin existencias). Es el puesto que vende Ideas para Echarle el Muerto a Otro. La más exitosa es «el problema es de los demás». También te puedes llevar «yo no tengo la culpa», «no sé qué más hacer» o «¿pero por qué soy yo siempre la que tiene que cambiar?». Es una bonita colección de ideas que convierten a su poseedor en lo peor que te puede pasar en la vida, a saber:
En una estatua.
En alguien paralizado.
En una persona que ha cedido todo el poder en su vida a los demás… a, quienes por cierto, la vida de esa persona le importa exactamente cero, y que tiene esa misma motivación (cero) para cambiar y acomodarse a sus deseos.
De hecho, el secreto mejor guardado del MDI es que todos los puestos pueden dividirse en dos clases: los que conducen a la acción y los que conducen a la parálisis. Y está más que claro a qué tipo pertenecen nuestras ideas sobre lo mucho que nos frustran los demás.
Cómo lidiar con la frustración que nos generan los otros en tres cómodos pasos
La respuesta corta es que la única manera de salir de la frustración que te generan los demás es responsabilizarte tú de hacer los cambios necesarios.
La respuesta larga es que si esto fuera así de fácil, tú ya lo habrías hecho; si los demás aún te frustran, si sigues comprando la idea de que la culpa de algo la tienen los otros, es porque estás recibiendo algo a cambio.
Porque ah, querida personita lectora: los puestos del MDI son como los bancos, y te tientan con fantásticos regalos para que te lleves sus ideas. Y el regalo del puesto de «la culpa es de los demás» es la bonita fantasía a todo color de cuán cómodo y maravilloso sería un mundo en el que los demás se responsabilizan de nuestros problemas.
Es un mundo muy guay, en serio. En él tú eres la dama en apuros, el princeso al que recatan de su torre, el cliente de spa que se tumba en la camilla a que le masajeen. Cambiar uno mismo es duro. Que cambien los demás es mucho más fácil.
Así que el paso uno para lidiar con la frustración es…
1. Abandona la fantasía en la que tú no tienes que cambiar
Examínala primero. En mi fantasía en la que a mi ex-casera le hacen un transplante de cerebro, yo tengo que mirar el inventario al entrar en la casa (¡qué pereza!) ni reemplazar lo que se va rompiendo (¡qué perezón!) ni gastar dinero o tiempo en darle una limpieza profunda a la casa antes de irme (¡tengo cosas mejores que hacer!).
Quizá en tu fantasía en la que todos tus compañeros de trabajo se vuelven encantadores tú no tienes que plantearte que si lo que tienes no te gusta, o lo cambias, o te vas.
O en la que deseas que tu chico sea más aventurero, no tienes tú que comerte el marrón de planear para verano el viajazo que quieres.
O quizá en la fantasía en la que la sociedad valora de repente tu formación laboral y te ofrece un trabajo, tú no tienes que plantearte que no te queda otra que cambiar de sector o incluso de país.
En este punto, te lo ruego, no te enfades conmigo y me digas «pero es que eso no es justo», o «¿por qué tengo que cambiar yo siempre?». Recuerda que estas ideas también son superventas en los puestos de la parálisis. Yo no te estoy diciendo que el mundo sea perfecto: te estoy diciendo lo que puedes hacer para avanzar en una realidad en la que nunca, nunca vas a poder controlar lo que hacen los demás.
A no ser que seas dictador. Un dictador muy, muy poderoso. Pero entonces te voy a tener que mandar a un blog que venda cursos online sobre cómo convertirte en un dictador en ocho semanas, y de momento no los conozco (¡aunque quizá haya un nicho ahí!).
También puedes esperar a que Google cree una realidad virtual que puedes moldear a tu antojo.
O rezar para que lo del paraíso sea verdad, y ser muy, muy bueno.
O… vale, vamos a volver al artículo.
2. Suéltalo. En serio… suéltalo.
Imagínate la frustración como un eucalipto y a ti fuertemente aferrado a él cual koala. Mira cómo tus músculos se contraen, lo mucho que te duele el cuerpo (y la cabeza) de invertir energía en agarrarte, en repasar una y otra vez todas las razones por las que tú estás en lo correcto y los demás se equivocan.
Y ahora, despacito, suelta el eucalipto.
En serio, ¡suéltalo!
¿Y qué narices quiere decir «suelta el eucalipto», Marina, querida?
Quiere decir que dejes de quejarte de la situación con otros. Deja de criticar a quien te ha ofendido. Deja de hacer una lista mental de por qué tu ex-casera es la persona más ruin y miserable que ha pisado el planeta (le pasó a una amiga).
Cuando te des cuenta de que te has enredado otra vez en tu frustración, respira, conecta con lo que tienes delante y vuelve al presente. Suelta con amabilidad tu enredo mental.
Repítelo, una y otra vez.
Y otra.
3. Pregúntate: ¿qué puedo hacer yo para mejorar la situación? (Y hazlo)
Ahora que has abandonado tu fantasía y soltado el enredo mental, ha llegado el momento de ponerte en modo lluvia de ideas. Genera diez ideas sobre las formas en que podrías mejorar esta situación. ¿No se te ocurren diez? Prueba con veinte; si no llegas a diez es porque estás siendo demasiado perfeccionista, mientras que si te propones escribir veinte, te darás permiso para incluir hasta las más absurdas (esta sugerencia es de Claudia Azula Altucher en su libro Become an Idea Machine).
A veces, como en el caso de mi casera, no te quedará mucho más que hacer que una lista de resoluciones para el futuro (¡¡¡mirar bien el inventario!!! ¡¡¡Vender el pato en eBay nada más llegar, por si resulta que es una reliquia vintage!!!).
La mayoría de las veces, sin embargo, habrá varias acciones que puedas poner en marcha aquí y ahora, o a muy corto plazo, que, por lo menos, te sacarán de la parálisis.
Por supuesto, esto requiere que ignores al Niño Quejica que todos llevamos dentro y que te dirá «pero ¿¿¿por qué no puede ser todo más fácil??? Yo no pedí nacer». «Lo siento, Niño Quejica —le responderás tú—. Soy un adulto y elijo lidiar con la realidad».
Ahora mira tu bolsa de la compra. ¡Está llena de ideas de la parte de la acción! La más importante es la idea de «está en mi mano cambiar la situación o, al menos, cambiar mi actitud frente a ella». Es una idea mega-poderosa. Si la mantienes contigo el tiempo suficiente, en tu vida empezarán a pasar cosas fabulosas.
Bonus: ¿y si la frustración es contigo mismo?
Lo confieso: el día del Patogate, la mitad (o las tres cuartas partes) de mi frustración estaban dirigidas a la Marina del pasado. ¿Por qué no miré mejor el inventario cuando entré en el piso? ¿Por qué no me tomé el tiempo para revisar junto a la casera todo lo que estaba mal?
La culpa no es más que frustración con nuestro yo del pasado. En esos casos, lo que haces es sustituir la idea «los demás deberían cambiar» por «mi yo del pasado debería haber hecho las cosas de otra manera». Es una idea muy chunga porque te crea la ilusión de que, de alguna forma, eres mejor persona que si le echas el muerto a los demás. Al fin y al cabo, ¡estás aceptando tu responsabilidad! ¡Estás mirando hacia ti mismo: la única persona a la que puedes cambiar!
Vale, todo eso está muy bien, siempre y cuando no te atasques ahí. Si te instalas en bucle en el «si hubiera hecho/dicho X no estaría donde estoy ahora», te quedas en el lado de la parálisis. Le has cedido el poder a tu yo del pasado, y mientras no encontremos la forma de desafiar las leyes del espacio-tiempo, tu yo del pasado no puede hacer nada por ti.
De nuevo, eres tú quien te tiene que sacar las castañas del fuego. Así que aplica los mismos pasos, con algunos cambios:
- Abandona tu fantasía de que el yo del pasado lo hizo todo bien y ahora tus problemas están resueltos. Sobre todo, porque quién sabe si el efecto mariposa habría hecho que un cambio en tu pasado hubiera generado una catástrofe nuclear en Corea del Norte.
- Suelta el eucalipto de la culpa.
- Piensa en qué puedes hacer ahora para mejorar la situación. Ahora. Como dice James Altucher: «Lo importante no es lo que ha pasado, sino lo que va a pasar». Y hazlo.
[Imagen «Ti no lleva tilde»: Juan Ramón Mora]
He disfrutado un montón leyéndolo, y me pillas justo con un Llavegate con mi ex señora de la limpieza.
Muchas gracias, Marina!
Genial. Como siempre.
Estupendo Marina!!!! Me viene fenomenal centrar esa idea de ser creativa en las situaciones atascadas. Gracias!!!!
Hola! muy bueno el post! a mí me pasó algo parecido este fin de semana, estábamos pasando unos días en la playa con mis amigas, y yo llevo algo mal el hacer «todas todo juntas», total que le contesté mal a una amiga (según ella) y me lo dijo, yo estaba muy ofendida porque no había «querido» entender lo que yo quería decir… balones fuera, al final he acabado comprándome un libro para mejorar mis habilidades sociales y así evitar (o intentar) minimizar situaciones como estas.
Un abrazo!
«Antes Marina publicaba sus posts más a menudo», me digo a mí mismo con un mohín de frustración dibujado en mi cara, «¿por qué no puede escribir más artículos como éste?». Que tire la primera piedra quien… (no, esto ha quedado demasiado bíblico)… Que levante la mano quien no se haya sentido identificado con lo que acaba de leer en este post. Nada, ni una mano. Ya lo decía Sartre, «el infierno son los otros».
Para lidiar con una casera como la tuya, Marina, tienes que ser como ella, o bien descender un par de peldaños en la escala evolutiva. Por desgracia, el mundo está lleno de caseras, y no hablo de la gaseosa. Gente que es simplemente idiota, pero que está ahí, y su voto vale tanto como el de cualquier otro. Si se es lo suficientemente inteligente, y no se quiere bajar esos dos (o tres) peldaños en la evolución, no queda otro remedio que cambiar el enfoque. La otra alternativa es convertirse en un anacoreta, pero con 7600 millones de habitantes (y subiendo) en el planeta, esa opción pronto se quedará obsoleta. Sólo queda convertirse en un titán del cambio, del enfoque (y el desenfoque); transformarse en un paladín de las estrategias mentales. Estamos destinados a convertirnos en psicólogos en aras de nuestra propia supervivencia mental.
Muchas gracias ahora si me sentare a pensarlo mas detenidamente antes de enojarme por que en esta vida y País las cosas suceden en cascadas de frustración y algunas veces el sufrimiento es largo y parece que la lagrima no es suficiente, debo decirte que el cambio algunas veces es producto de el mismo medio y las circunstancias y aunque uno no quisiera la inminente realidad te va llevando a ello y a eso le llamo adaptación como tu dices aun a pesar de que en mi mente este el enojo y los malos pensamientos en mi actuar se refleja la realidad misma que tan solo sirve para no generar mayor conflicto con mi personalidad, muchas gracias.
Genial, Marina.
Muchas gracias.
Fran
¡Maravilla pura, Marina! como siempre…o casi, jeje, (por aquello de «líbranos de la perfección»)….el tono, lo cercano, lo acertado, cómo analizas y abrazas lo humano y mundano…¡que te clonen, hijaa! 😉
Gracias,
Abrazos de koala SIN eucalipto
Jajaja, que te clonen ?. Saludos.
Buf, este post duele de maneras que no sé describir. Es muy cierto, pero aún así duele.
¿Qué consejo tienes para alguien que su leit motiv en su vida es justamente el cambio y que tiene tendencia a internalizar esas frustraciones de las que hablas como algo que depende de ella y que tiene tendencia a llevar el peso del mundo en sus hombros?
Ser mejor persona, más amable, más comprensiva, sí, los otros lo hacen lo mejor que pueden, pero tú, podrías hacerlo mejor. Hacer más deporte, comer mejor, ser mejor en trabajo-estudios, etc.
No sé, estoy en punto muerto. Lo que he hecho siempre parece que me bloquea (el eterno mejorar-intentarlo más y más fuerte, cambiar en definitiva), pero claramente hay cambios que hacer.
Buenos días, este post ha sido terapéutico desde la misma introducción.
Que consuelo más grande saber que no he sido el único que se ha visto atrapado en la lucha contra un maldito ¡¡¡inventario!!!. Ese repaso por toda la casa en busca de objetos viejos, inútiles y absurdos que si por mi fuese hubiesen ido todos a la basura marco un antes y un después.
Al final nos marchamos de la casa con mi pareja embarazada y enfadada, el casero indignado y yo aplastado bajo toneladas de culpa porque con las prisas no limpiamos el ¡¡¡microondas!!!.
Había comprado la idea de que si me esforzaba mucho conseguiría «tener buen rollo con todo el mundo» pero todo acabó en un fracaso rotundo.
Después de liberarme de la culpa entré en una fase de odio visceral hacia mi ex casero al cual me he cruzado varias veces jajajaja pero creo que hoy estoy listo para perdonarle.
Un abrazo.
Hola Marina!
Me ha encantado el artículo y me he reído un poco leyéndol, debo confesarlo… ¿el pato no lo viste nunca? ¿no sale en ninguna foto ni de fondo? me encantaría verlo jajajajaja!!!
Mil gracias por compartir tu sabiduría! Voy a crear un par de listas hoy mismo. No conocia la cita «Lo importante no es lo que ha pasado, sino lo que va a pasar» y me ha encantado. Besotes
Me voy al mercadillo! jajajaja, muy buen artículo, me ha resultado muy ilustrativo Marina.
Querida Marina, ¡eres genial!
Me viene genial el post, tengo complejo de koala rumiador……..¡suéltalo!
🙂
Un beso enorme
Marina me has hecho reír hasta caerme del eucalipto. Mil gracias hermosa.
Por ahí el dicho ‘ponerse en los zapatos de los demás’ quizá no esté tan fuera de lugar… Como en el comentario anterior, mirar al resto pensando que estamos dos escalones más arriba no creo que sea la forma de encontrar soluciones… con esto no pretendo darle la razón a nadie, sólo plantear lo siguiente: ubicarse en la mirada del otro y en el contexto que lo circunda posiblemente nos oriente a entender su forma de percibir la realidad y a través de ese nuevo conocimiento comenzar a buscar la manera de resolver los inconvenientes…. incluso cuando la mirada y el contexto de ese otro sea la de uno mismo en otro momento de nuestra historia.
Marina, muy agradecido por tus artículos, saludos.
Me he partido de risa leyéndote. Que crack eres y que talento para crear historias que hagan reír y enseñen la vez!
Ahora mismo me pilla este post en un momento en el que todo parece ir mal: una mudanza de aúpa, la dificultad de encontrar piso, la enfermedad de mi hermano… Y desde principios de verano llevo comprando sacos y sacos de «pero qué le pasa al mundo conmigo». Gracias a dios, estoy en ese punto en el que ya no me caben más sacos en casa y he empezado a tirarlos. Y sienta muy bien!
Gracias por escribir entradas como esta, y gracias por escribir, a secas!
Marina… como siempre estupendo post.
Muchísimas gracias por compartir
Que hermoso artículo!!! Me viene genial, justo estoy con un tema así como el que describís y francamente hoy me tiene angustiada. Gracias por publicarlo ? ojalá tengas un día hermoso!!
Me encanta tu forma de ver las cosas tan a lo Bridget Jones. Transmites unas ganas de vivir enormes!
Mi Pablo y yo también jugamos al jueguecito de los calcetines. Llevo año y medio devolviendo a su cajón de ropa ¿limpia? y ¿bien doblada? todo calcetín que encuentro por el suelo. Me produce una satisfacción rara…tras otro año y medio intentando que eche los calcetines usados a lavar. Qué le voy a hacer.
Jajaja lo de ¿limpia? y ¿bien doblada? me ha matado xD Bienvenida!
¡Qué genialidad lo del MDI! No se podría haber explicado mejor. ¡Me encanta!…..ummmmmm (cara de pensar)… lo voy a aplicar/explicar a mis hijos a ver que pasa. Gracias por todo lo que divulgas y me encanta la manera en la que lo escribes.