Puede suceder en cualquier momento.
Estás en una cena con amigos y ves que María ha perdido un montón de peso. Se lo comentas, con una mezcla de admiración y envidia, y ella te explica: estoy siguiendo la dieta X. ¿Ah, sí? le preguntas tú. ¿Y de qué va la cosa? Ella te lo cuenta y tú no tienes más remedio que creértelo: está ahí, plantada frente a ti como un anuncio en vivo del antes y el después. Hay algo en esa dieta que te sorprende: que no controla cantidades, o que no elimina las grasas, o que no elimina los carbohidratos, o que incluye un brebaje misterioso entre comidas que te ayuda a controlar la saciedad.
Te encanta.
Así que decides que tú comenzarás esa dieta. Ya llevabas un tiempo sintiéndote gorda*, pero habías entrado en negación: «Hoy no me voy a pesar porque ayer cené mucho/ me va a bajar la regla/ llevo unos días estreñida y total, para darme el sofocón… Y, más o menos, yo creo que me mantengo». Pero en tu interior lo sabes. Has cogido peso en vacaciones, o en estas dos semanas en que ha venido la familia a visitarte, o después de empezar tu relación con ese chico encantador, que se empeña en que no te hace falta adelgazar y te trae galletas a la cama después del sexo. Lo que pasa es que tú ya has experimentado lo que es estar a dieta y no te gusta nada, así que prefieres cerrar los ojos y seguir adelante pensando que ya llegará el momento de empezar de nuevo.
Pero ese momento es ahora. Porque ahora estás motivada. Porque esta dieta es mejor. Porque esta vez va a ser diferente; no hay más que ver a María.
(Tu amiga María puede ser una página de Internet, o un libro en la librería, o un programa de televisión; no importa)
Los momentos previos e inmediatamente posteriores al comienzo de la dieta son estupendos porque 1) todavía no sientes las consecuencias negativas pero 2) estás anticipando los efectos positivos. Anticipas lo bien que te sentirás cuando estés delgada. Te acuerdas de lo mona y orgullosa que estaba María en la cena, y planeas los vestidos que te vas a comprar cuando pierdas peso. Consigues el libro que te recomendó, o vas a la consulta del tipo que te comentó, o lees en Internet todo lo que encuentras sobre la dieta que sigue. Te inscribes en un foro. Te abres un blog y le colocas una reglette. Vas al supermercado y compras todo lo que te recomiendan en la lista de la compra del libro/ artículo/ consulta. Te cocinas tu primer menú de dieta, te lo comes y sonríes, satisfecha.
Pues no es tan difícil.
Pasa la primera semana. Pierdes dos kilos (sé que la mayoría es agua, dices; pero, aun así, estás contentísima de ver cómo te quedan los vaqueros). Actualizas tu reglette en el foro. Lo escribes en tu blog.
Esta fase dura un tiempo: varias semanas o varios meses. Pierdes una cantidad de kilos moderada o grande. Todo va bien, estás contenta y te sientes satisfecha de tu fuerza de voluntad. Ahora tú eres María.
Hasta que un día el dique se rompe. Puede que alguien traiga un bizcocho al trabajo y tú decidas comer un poco (sólo un poquito). Pero cuando sales de currar, te sientes tan culpable que piensas que total, ya que hoy has mandado la dieta a tomar viento, por qué no darte el gusto y comer lasaña para almorzar. Y de postre, brownie. Y oye, vamos a bajarnos a la cafetería de la esquina y pedir un chocolate con nata, y quizá tortitas porque, total, ya mañana nos alimentaremos de pechuga de pollo con acelgas rehogadas y lo compensaremos. Y por la noche te vas de tapas con amigos y observas, horrorizada, que no eres capaz de dejar pasar ni un plato, y que aunque estés llena hasta los topes, sigues cortando y mojando pan, dando viajes con tu tenedor al plato de bravas, mordisqueando picos. Que cuando proponen ir a tomar un helado a otro sitio, dices que sí. No sabes por qué, pero no puedes parar.
No importa, insistes: ya lo arreglarás mañana.
Pero no lo arreglas. Y mientras más te descontrolas, peor te sientes; y mientras peor te sientes, más te descontrolas. Dejas de pesarte otra vez («seguro que estoy reteniendo un montón de agua y para qué me voy a dar el disgusto»); ya volverás a la báscula cuando vuelvas a la dieta.
Cuando te quieres dar cuenta, estás donde al principio.
¿Quién tiene el problema?
Llegados a este punto, solemos buscar varios culpables:
El problema es de mi mente: soy floja, débil, no tengo fuerza de voluntad.
El problema es de mi cuerpo: es el tiroides, mi metabolismo va más lento que el de la mayoría, “a mí es que cualquier cosa me engorda”.
El problema es de esta dieta: es un timo, es una “dieta milagro”, ya sabía yo que no tenía que hacerle caso a María.
Pensamos que en un futuro mejor, cuando mi mente sea más poderosa, o mi cuerpo se arregle, o encontremos una dieta ideal, todo se arreglará, adelgazaremos y nuestra vida será bonita.
No se nos ocurre que el problema principal puede ser el simple hecho de estar a dieta. Que la dieta sea la causa, y no un elemento circunstancial.
La paradoja de la dieta: cuando la solución es parte del problema
Una de las propuestas de los terapeutas estratégicos es que cuando un problema se cronifica, la culpa no es del problema, sino de la solución intentada. Por una parte, aferrarnos a una solución que no funciona evita que encontremos otra realmente efectiva. Por otra, la solución puede tener sus propias consecuencias dañinas y complicar todavía más el problema. Si un burro se pone tozudo y tratamos de tirar de él en nuestra dirección, los intentos por tirar más pueden tener como consecuencia que el burro tire todavía más fuerte. Cuando estamos ahí, en el fragor de la lucha, no se nos ocurre que quizá sea más lógico soltar las riendas, colocarnos detrás del burro y darle una palmadita en la grupa.
Pero los humanos no somos tontos. No nos hemos empeñado en que las dietas funcionan porque sí. Tenemos nuestros motivos y, de forma consciente o inconsciente, nos basamos en ellos para seguir intentándolo.
Razones para empeñarnos en que las dietas funcionan:
1. Queremos creer que funcionan.
No hay nadie tan dispuesto a creerse algo como quien quiere creérselo. Alguna dieta tendrá que funcionar porque, si no, ¿qué nos queda? Si seguimos como hasta ahora, engordaremos. Si permanecer igual no sirve y estar a dieta tampoco, no nos queda nada, así que nuestra voluntad de creer es el caldo de cultivo perfecto para que arraiguen todas las demás razones.
2. Las apoyan las leyes de la lógica, o incluso de la ciencia.
Puesto que queremos creer que la dieta funciona, estaremos dispuestos a comprender y aceptar todas las explicaciones más o menos científicas que se nos den sobre ellas. Quizá no lo comprendamos del todo, pero nos basta. Desde el más sencillo principio hipocalórico (si comes menos y gastas más, adelgazarás) hasta explicaciones tan curiosas como las de la dieta Shangri-la (si tu cerebro no vincula las calorías con el sabor, se desconcertará y no ganarás peso) todas tienen sentido en nuestra mente. Es fácil deducir relaciones de causa y efecto. Lógicamente, si algo falla la culpa no es de esas relaciones, sino mía.
3. A corto plazo, de hecho, funcionan.
Quizá esta sea la más perversa de las razones: que si a corto plazo realmente perdemos peso; si las relaciones de causalidad pueden observarse; si yo misma he visto cómo bajaba la báscula… el efecto podría mantenerse si yo fuera capaz de no saltarme la dieta NUNCA.
Lo que no entendemos es que, puesto que la solución es parte del problema, está en la naturaleza de las dietas que dejen de funcionar en un momento dado. No es que la dieta no funcione a largo plazo porque tú no la mantengas; no se mantiene a largo plazo porque es una dieta.
4. Hay distintas dietas.
Si una no funciona, cambiamos a otra; achacamos la responsabilidad del fallo a la dieta en particular y lo intentamos con una nueva, sin plantearnos que es el propio concepto de dieta el que está fallando.
5. Existe gente delgada.
Ver a nuestro alrededor a gente que, de hecho, es capaz de seguir dietas estrictas, de adelgazar o de mantenerse delgado y en forma, nos hace pensar de nuevo que el fallo está en nosotros. Si Jennifer Aniston consiguió comer la misma ensalada todos los días durante diez años, ¿por qué yo no puedo?
Tengo algunas teorías sobre la gente delgada que se entenderán mejor cuando acabe esta serie de artículos. No creo demasiado en metabolismos hiperacelerados que “lo queman todo”. En mi opinión, la cosa va más por aquí:
- La gente delgada no es sensible a la recompensa alimentaria: sencillamente, les da igual comer, no comer (hasta cierto punto) o qué comer. Insisto en que aclararé esto en el próximo post.
- La gente delgada nunca se ha puesto a dieta, y por tanto ha evitado las consecuencias negativas de estar a dieta.
- Alguna gente delgada dedica su cuerpo y su alma a estar delgada, de formas más o menos saludables. Desde un trastorno alimentario con todas las de la ley, a la muy bella y fuerte Joy Victoria que, si bien está razonablemente sana del coco, es una profesional del fitness, entrena a adolescentes y participa en concursos de levantamiento de pesas.
Así que las dietas no adelgazan. Es más: es probable que las dietas engorden. Lo que está claro es que tienen una serie de consecuencias negativas que terminan por volver disfuncional nuestra relación con la comida.
Consecuencias negativas de estar a dieta
1. O blanco o negro: el efecto «al carajo»
Cuando la protagonista del ejemplo al principio del artículo tira la dieta por la borda después de haber comido un dulce en el trabajo, se produce lo que se ha dado en llamar el efecto “what the hell”, y que yo, como gaditana adoptiva que soy y porque me encanta esa palabra, he traducido como efecto «al carajo”. Consiste a grandes rasgos en que cuando uno está a dieta y se la salta, se produce una desinhibición comportamental que motiva un aumento posterior de la ingesta. Es decir, que piensas que ya que te la has saltado una vez, por qué no mandarlo todo al carajo y aprovechar para ponerte hasta arriba.
Hay datos a favor y en contra del efecto “al carajo”. Después de leer estudios en los dos sentidos y de compararlo con mi propia experiencia, yo me lo creo; entre otras cosas, porque pienso que no es sólo un tema de desinhibición comportamental, sino que se mezcla con las otras consecuencias de estar a dieta (entre ellas, un hambre canina) y monta una tormenta perfecta.
Cuando estamos a dieta, tendemos a pensar en términos de blanco y negro, porque el propio concepto de dieta ya construye un mundo en blanco y negro: alimentos Permitidos vs. Prohibidos; días a dieta vs. días fuera de dieta. De esta forma, pensamos que o se hace todo a la vez (selección correcta de alimentos, cantidades controladas, caminar media hora y dormir ocho) o al carajo con la dieta. Es lo que se llama pensamiento dicotómico y es el mal.
Esto no sería tan preocupante si pudiéramos saltarnos la dieta a lo loco un día y después seguir con ella unas cuantas semanas. Pero no es tan fácil.
¿Por qué a menudo no podemos volver a la dieta como si nada después de un momento “al carajo”?
Muy fácil: porque las circunstancias no son las mismas que cuando empezamos la dieta. Cuando compramos el libro, tomamos la decisión y/o nos admiramos ante el tipito que se le había quedado a María, nos sentíamos físicamente saciados y mentalmente motivados. Eso fue lo que nos dio la energía suficiente para empezar la dieta. Después de X semanas a régimen, nos sentimos físicamente cansados, quizá algo hambrientos y mentalmente desmotivados. Quizá porque el ritmo de pérdida ha bajado; quizá porque comprobar que fallamos ha hecho que abandonemos toda esperanza de conseguir alguna vez tener éxito.
Conclusión: no podemos pedir los mismos resultados con distintas condiciones, y por eso empezar una dieta es relativamente fácil, mientras que retomarla es hercúleo.
2. El artista anteriormente conocido como tu hambre
Imaginemos de nuevo. Continúas a dieta (todo lo que hemos contado al principio nunca sucedió), y te encuentras adoptando costumbres que no entiendes del todo. Por la mañana te levantas sin hambre, pero te han dicho que es FUNDAMENTAL que no te saltes el desayuno, así que te tomas tus cincuenta gramos de pan integral con una cucharadita de aceite de oliva y un café con leche desnatada. A media mañana, sin embargo, estás canina, pero no te puedes pasar de tu yogur con salvado de avena. Por la noche, antes de dormir, también tienes hambre, pero no está permitido comer en las dos horas previas a irse a la cama. Todo el mundo te dice cuándo y cuánto comer menos quien se supone que debería saberlo mejor que nadie: tu cuerpo.
Por supuesto, no es tan fácil. Como ya veremos en el segundo post de esta serie, el tipo de comida y el entorno en que nos movemos hace dificilísimo que escuchemos a nuestro cuerpo. Estar a dieta no es aquí el único culpable. Aun así, estaría bien empezar por lo básico: si la Madre Naturaleza nos diseñó con un espléndido mecanismo de hambre, saciedad y autorregulación, ¿por qué no lo utilizamos?
Las dietas nos distancian de nuestro cuerpo en condiciones normales, pero es que además cuando se produce el efecto “al carajo” también nos olvidamos del hambre. Seguimos comiendo aunque estemos llenos a reventar. ¿Por qué? Porque estamos comiendo para el hambre del futuro. Comemos porque sabemos que mañana, o la semana que viene, o cuando consigamos reunir las fuerzas para retomar la dieta, pasaremos otra vez un hambre que flipas. Así que comemos ahora todo lo que no nos vamos a dejar comer después, con las consecuencias emocionales y motivacionales que ya hemos comentado.
3. Los animales no están gordos, pero es que nosotros no somos animales
Hace poco me pasaron este vídeo: qué pasaría si los animales salvajes se alimentaran de comida rápida. El vídeo es muy, muy gracioso, está bien hecho y sin duda hace pensar en cómo nos estamos alimentando los humanos. La cuestión es que nosotros no somos animales salvajes. Y oye, ojalá lo fuéramos, y ojalá no tuviéramos lenguaje, ni emociones, ni esta puñetera manía de recordar el pasado e imaginar el futuro, pero la tenemos.
Para los humanos la comida cumple funciones nutricionales, sin duda, pero también emocionales y sociales. Nos conforta cuando estamos tristes, nos entretiene cuando nos aburrimos, facilita la socialización con nuestros iguales. No quiero decir que esto sea lo ideal. Creo que es positivo que poco a poco aprendamos a cumplir estas funciones de otra manera. Que nos alegremos, divirtamos o relajemos sin comida, e incluso que aprendamos a socializar y a compartir con nuestros amigos de forma diferente. El problema es que las dietas ignoran todo esto, al estilo del que se tapa los oídos mientras canturrea “habla, chucho, que no te escucho”. Las dietas te quitan de un plumazo la herramienta que tú habías utilizado hasta entonces y no te dan ninguna otra, asumiendo que de forma mágica vas a ser capaz de seguir adelante con tu ansiedad, tu pena y tu aburrimiento sin poder utilizar la comida para aliviarlos.
No es NADA FÁCIL dejar de utilizar la comida para esto. Lo tenemos muy interiorizado. Lo vemos por todas partes. En la televisión, actrices delgadísimas se consuelan del mal de amor comiendo helado. Llevamos bombones a la gente enferma. Damos las gracias con pasteles. La comida y las emociones están vinculadas, y una dieta que obvie esto está dejando atrás la mitad del problema.
4. Lo ha dicho mi médico/ la OCU/ Pierre Dukan/ Dallas y Melissa Hartwig
Si otro nos dice qué, cómo y cuánto comer, la responsabilidad del éxito o de un posible fallo será de otro. De nuevo, la dieta se interpone entre nuestra necesidad más básica (quiero comer) y averiguar la forma de satisfacerla lo mejor posible, escogiendo los alimentos que van a ser más beneficiosos para nuestro cuerpo y nuestra mente. Esto nos aliena. Nos vuelve niños obedientes sin capacidad de pensar por sí mismos.
Obsérvese que he incluido en el título al matrimonio Hartwig, adalides de uno de los programas de dieta paleo más exitosos de los últimos tiempos: el Whole30. Se trata de un mes en el que comes de forma estrictamente paleo, sin saltarte la dieta ni una sola vez. La idea es buena y se lo han montado bien. Han convertido su programa en un movimiento y están aprovechando todas las herramientas de persuasión del mundo: reciprocidad, agrado, autoridad, compromiso público, validación social… en realidad son unos putos genios, los Hartwig; incluso han escrito un artículo sobre “qué pasa cuando el Whole30 se vuelve malo”, recomendando dejarlo si sientes que se te está pirando la olla y aumentando de esta forma su credibilidad.
La cuestión es que, por muchísimo sentido que tenga desde el punto de vista nutricional, conductualmente el Whole30 es una forma como otra cualquiera de tratarte como un niño. Incluso emplean la expresión tough love: amor duro, como el de tu madre cuando te regaña “por tu bien”. También ellos omiten la idea de que la comida tiene una parte nutricional y otra emocional, social y completamente humana y falible.
La alternativa a las dietas: el famoso “cambio de hábitos”
Que las dietas no funcionan es una idea que ya empieza a sonar. Seguro que os lo ha dicho alguien o lo habéis leído en una revista sobre salud a nivel de usuario. “No se trata de ponerse a dieta, sino de cambiar de hábitos”, o bien: “no se trata de ponerse a dieta, sino de comer de todo y con moderación”, o bien “hay que comer sano y dejarse de tonterías”.
Este tipo de afirmaciones presenta varios problemas. Simplifica un problema complejísimo, poniendo otra vez sobre nuestros hombros la responsabilidad de estar delgados y sanos. ¿Cómo hacemos para cambiar de hábitos? ¿Cómo se consigue comer con moderación? ¿Qué es comer sano? Si supiéramos esas tres cosas, queridos adalides de la psicología popular, no estaríamos gordos. Se habría solucionado el problema hace tiempo.
Además, mientras la mentalidad de dieta siga impresa en nuestros cerebros, continuaremos de forma más o menos consciente con comportamientos “de dieta”, es decir: seleccionando alimentos y compensando comportamientos para que encajen con lo que en nuestra mente es la manera ideal de alimentarse.
¿Qué hacemos entonces?
No hay soluciones sencillas en la pérdida de peso. Repítelo conmigo: NO HAY SOLUCIONES SENCILLAS. Quien te venda soluciones sencillas, se está quedando contigo, y no me importa que esa solución sencilla sea comer proteínas puras o comer con atención plena. Chris Kresser, uno de mis paleo gurús favoritos, afirma que lo que más difícil le resulta tratar en su consulta es la pérdida de peso. Más que cualquier enfermedad. Si después de leer este post te quedas con que la solución es no ponerse a dieta, también estás simplificando demasiado. La dieta en sí y sus consecuencias emocionales y conductuales son parte del problema, pero no el problema entero. El sobrepeso tiene además causas sociales, ambientales, económicas y, por supuesto, físicas y biológicas. Cualquier intento de solución tendrá que abordar todos esos ámbitos, y por eso quiero hacer una propuesta más detenida y amplia cuando termine esta serie.
Sin embargo, es una pena terminar un post así sin proponer algún tipo de remedio. Te deja a medias, como un polvo chungo. Así que, como creo que todos nos podemos beneficiar de un periodo de desintoxicación de la dieta, aquí van siete pautas para una contradieta. Son un buen punto de partida. Insisto en que si quieres perder peso de forma eficaz y mantenida, tendrás que añadir otras medidas para conseguirlo, pero si te has sentido identificado con algo de lo de arriba, estas siete medidas son un buen lugar para empezar.
Siete propuestas para desintoxicarse de las dietas
1) No existen alimentos prohibidos: quítate eso de la cabeza. En fase de desintoxicación, una lechuga y un helado deben tener la misma connotación de neutralidad. La lechuga no es mejor que el helado por ser más sana o tener menos calorías. Puedes comer de todo. DE TODO.
2) Come siempre que tengas hambre física. Hambre física no es ganas de comer, ni ansiedad, ni penita. Darte permiso para comer cuando tengas hambre no es darte permiso para atracarte. Cuando quieras comer, pregúntate si tienes hambre física, hambre de verdad; si es así, come.
3) Come lo que te apetezca. Tómate tu tiempo para decidir qué quieres comer. Pregúntate si quieres dulce o salado, líquido o sólido, caliente o frío. Si en tu mente aparece con mucha claridad un brownie de chocolate, adelante: come eso.
4) Para cuando hayas tenido suficiente. Escribe en una tarjetita la siguiente frase: puedo parar de comer, porque cuando vuelva a tener hambre, podré volver a comer. Es complicado parar. Requiere estar atento a los indicadores sutiles de saciedad. No te preocupes; mejorarás con la práctica.
5) Come siempre sentado y siempre de un plato. Me da igual que sean conguitos: sírvetelos en un plato, siéntate a la mesa y cómetelos. No es verdad que lo que se come de pie no cuenta: hazte responsable de lo que te metes en la boca. Si vas a la nevera y te entran ganas de meter la cuchara en la masa de las croquetas, pon un poco en un cuenco y siéntate. Esto parece absurdo, pero es importante.
6) Come sin distracciones. No es necesario que sea siempre, pero experimenta comiendo sin tele, sin leer y sin compañía. ¿De verdad es TAN divertido y estimulante comer? ¿De verdad te gusta tanto? Quizá descubras, como me pasó a mí cuando empecé a hacerlo, que de hecho comer sin hacer otra cosa te aburre un poco.
7) Prohibe a los que te rodean que hagan comentarios sobre tu peso o tu dieta. Explícales que a partir de ahora te vas a hacer cargo tú de tu peso y de lo que comes. Que sabes lo que estás haciendo. No permitas que nadie te dé consejos o te cuente su experiencia.
Si todo esto ha resonado contigo, te recomiendo de verdad que leas No más dietas**, de Geneen Roth. Es una aproximación muy parecida a todo lo que he descrito arriba. Insisto en que creo que el tema todavía tiene más tela que cortar, pero Geneen es un buen comienzo. También puedes echarle un ojo a La dieta de la paradoja, de Giorgio Nardone.
Espero que te haya gustado este primer artículo de la Serie Psicobikini. Próximamente más y mejor.
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[Foto de Laura Lewis]
*Voy a utilizar el femenino en este ejemplo, y quizá en algunos otros puntos del texto, porque sí. Si eres hombre, tienes permiso para sentirte identificado.
Hola! En el tema de la dieta el papel fundamental es nuestra cabeza. Todo está en nuestra cabeza, por mucho que me ponga poco o camine un montón, como no esté convencido de que no debo abusar de la comida, no hay nada qué hacer. Antes de comenzar una dieta, hay que convencerse a uno mismo que va a hacer una dieta. No porque vio al vecino o al amigo más delgado, que puede influir, pero uno tiene que estar convencido sino, nada, todo se vuelve efecto rebote.
Una vez convencido, tardemos meses, llevar nuestro control de peso semanal, para que veamos nuestros cambios y sobre todo viéndonos en el espejo, que al principio puede ser un enemigo y al final va a ser nuestro mejor amigo.
Algo fundamental, la comida. Hay que educarse comiendo. Tenemos que comer de todo, pero saber qué comer y cuánto comer. Algunas veces porque salimos con amigos y ese tal vez no importa, eso significa que no se está mentalizado, habrá que volver al punto uno. La mente tiene que estar convencida de que estamos haciendo una dieta y no caer en ninguna tentación.
Habrá que reducir algunos alimentos y comer más sano, más verdura, más fruta, las proteínas que la acompañan y no comer hasta llenarnos, quedarnos bien, es lo que importa.
Beber mucha agua y caminar. Con el paso del tiempo, la autoestima aumenta al vernos más delgados y sobre todo más saludables. La ropa nos entra!.
Y cuando se llega a la meta del peso que queremos quedarnos, eso significa el principio de todo. Ahora toca lo más difícil, mantenerse. Si se sube un kilo no pasa nada como si son dos, ahora, no dejarnos ir. Porque volver a bajar unos pocos kilos no creo que nos cueste, si nos ponemos de nuevo a ello, pero como no sigamos la dieta, que ahora se convertiría en nuestro nuevo orden de comida, empezaríamos de nuevo y volveríamos a coger el peso muy rápidamente. Hay que pensar con la cabeza.
Bueno, espero haber ayudado.
Besos!
¡Hola!
Muchas gracias por tu aportación. Tienes toda la razón en que la mente es muy importante en la pérdida de peso; de ahí esta serie de posts. Tus sugerencias están muy bien; el tema es que hay personas que han llegado a un punto en que, después de una vida entera de restricción alimentaria, no son capaces de someterse ni siquiera a normas «razonables» (comer un poquito menos o más sano) porque la privación les genera una ansiedad importante. Es a este tipo de gente a quienes les recomendaría un periodo de desintoxicación. Pero es cierto que en algún punto hay que introducir buenos hábitos; ya hablaremos de eso más adelante.
Un abrazo grande.
Me ha encantado el post y me parece muy interesante esta serie que estás haciendo sobre «el comer» y la a veces complicada relación que tenemos con la comida. Creo que nunca había leído nada que enfocase este tema como lo has hecho tú.
Me siento muy identificada con las situaciones que describes, y mas aún puesto que ahora estoy inmersa en ese proceso de «a ver si me quito esos 8 o 10 kilos de más que me he echado encima a lo tonto». No estoy haciendo una dieta en sí, mas bien mi propósito es comer «normal» (comida casera equilibrada, evitar precocinados, dulces, no asaltar la máquina maligna de mi trabajo, no atracones) tras una racha bastante larga de comer fatal y con mucha ansiedad. Y yo que pensaba que lo estaba haciendo bien….pero tras leer esta entrada me doy cuenta de que ciertamente me fallan bastantes cosas como tener alimentos (casi)prohibidos, no haber encontrado formas alternativas de lidiar con la ansiedad, carencias afectivas, aburrimiento, anhelar un futuro de «delgada feliz». En fin…que me río por no llorar.
Me he enviado el listado de consejos «antidieta» al correo del trabajo para imprimirlo mañana y tenerlos bien presentes. Estaré atenta al resto de entradas. ¡Muchas gracias de antemano!
Hola, bonita 🙂
Enhorabuena por tu capacidad de autoexamen y darte cuenta de que todavía hay cositas que mejorar. Es muy, muy complicado desprogramarse el cerebro. No soy la primera que viene con estas ideas; ya hay algunos libros, blogs y artículos que abordan el tema desde ahí. Quizá en castellano no tanto; por eso me parece importante difundir la información.
Mucha suerte con tu propio proceso. Ya me irás contando qué tal. Un besote :***
Gracias 🙂
Creo que es lo mejor, lo más realista y lo más sincero que he leído en mucho tiempo sobre dietas. Tengo una pregunta: Las pautas para «desintoxicarse» de las dietas, ¿crees que tienen el efecto deseado? (por efecto deseado entiendo no sólo desintoxicarte de las dietas, sino llegar a adelgazar).
Gracias, y encantada de seguir este blog, sabía que no me equivocaba cuando empecé a hacerlo el otro día.
¡Muchísimas gracias!
Disculpa por no haber contestado antes a tu pregunta 🙂
Sobre el efecto deseado: depende. Creo sinceramente que si una persona con obesidad mórbida, que tiene un alto gasto metabólico debido a su tamaño y un estilo de vida sedentario, logra comer realmente cómo y cuándo le apetece, perderá peso. Creo que una persona con sobrepeso también puede que lo pierda, o al menos se mantenga. Pero también creo que influyen más factores, como el procesamiento y densidad calórica de los alimentos que se ingieren, y que es necesario dar más pasos e introducir mejoras en los hábitos y la selección de alimentos.
Lo que ocurre es que si eso se hace demasiado pronto, con el cerebro lavado con ideas sobre un futuro de «delgada feliz», como dice Cigi, y sin alternativas para lidiar con los sentimientos conflictivos, puede llevar al desastre. Por eso creo que, al menos al principio, lo más sensato es aplazar la pérdida de peso como objetivo y centrarse en recuperar una relación sana con la comida.
Un abrazo y espero que te sirva. Si tienes más preguntas, no dudes en hacerlas.
Claro que me ha servido, gracias!
Me ha encantado el post!! Y estoy totalmente de acuerdo. Yo durante años he intentado dietas, y me pasaba todo lo que tu describes, dejé de obsesionarme, y poco a poco empecé a hacer muchas de las cosas que tu recomiendas, y voy bajando peso muy poco a poco, y por lo menos no subo. Además hay que aceptarse también a una misma y su constitución, y lo hecho anteriormente. Si en mi vida no he hecho deporte y he comido fatal, pues es normal que ahora esté así y eso no lo voy a arreglar en un mes. Creo que lo importante es tomar conciencia de tus hábitos y permitirte ser cómo eres. A mi me encanta el dulce, y antes comía bastante porquería, ahora todo el dulce que como lo hago yo, y no ha sido un proceso agobiante ni nada de eso, fue poco a poco y estoy muy contenta la verdad. Bueno feliz semana de nuevo. Besicos
Me ha encantado tu comentario. Sobre todo porque algo tan sutil como aceptar que te gusta el dulce y, aun así, esforzarte por hacerlo tú y no comer basura industrial, me parece un paso muy positivo en el camino hacia quererse, aceptarse y cuidarse. Mucho ánimo y me alegro un montón de que sientas que estás por buen camino.
Besitos y gracias por contribuir.
muy buen post marina. como siempre GRACIAS. haces un gran esfuerzo y es muy de agradecer q lo compartas con todos. gracias por la generosidad.
De nada, guapa. Gracias a vosotros por leerlo. No tendría sentido si no estuvierais ahí :**
Me ha encantao de principio a fin, yo a veces he sido María y la mayoría de las veces la que pregunta y en mi caso, lo has calcao incluyendo el efecto «al carajo» al que soy muy adicta.
Yo había llegado a una conclusión, soy gorda aunque esté delgada así que he asumido que ahora me toca adelgazar porque estoy gorda y luego iré engordando y así hasta el infinito.
Loca ya por leer el siguiente capítulo
Vaya, Mariló, me alegro de que te haya encantado pero, ¡qué dura tu conclusión! No deja de ser adaptativa a la realidad que estabas viviendo, pero es dura porque acepta que vas a vivir en dos modos de sufrimiento: o la privación de la dieta o la angustia del descontrol. Espero que poquito a poco puedas encontrar el equilibrio. Yo haré todo lo posible por echar una mano.
Un beso grande,
Marina.
Me ha encantado este post 🙂 muy sensato. El consejo de comer sentados frente a un plato puede parecer la tontería más grande del mundo y no lo es…es un pequeño cambio que da un resultado magnífico, sobre todo a largo plazo.
Las mujeres somos muy cafres cuando queremos adelgazar. En vez de plantearnos el retirar poco a poco lo que engorda o no es saludable y ponernos a hacer ejercicio físico de forma moderada, nos lanzamos a comer tres tristes hojas de lechuga/seguimos la dieta de las famosas que vienen en las revistas y punto. O, peor, sufrimos el efecto «marichochi de gimnasio».
La marichochi de gimnnasio es la que se apunta y llega el primer día equipadísima con sus mallas del Decathlon, las deportivas superchulas y la camiseta. Se mete directamente en Spinning, porque eso adelgaza. No quiere Pilates, que eso no adelgaza. No quiere ir a la sala de máquinas, es un rollo hacer tríceps, de levantar pesas mejor no hablemos y además da corte estar al lado de las guapitas y los musculitos.
Como decía, la marichochi se mete en spinning toda emocionada. Por fin va a empezar a sudar las lorzas, las va a derretir a golpe de pedaleo. Quince minutos después se está bajando sin respiración, con la cara colorada y deseando llegar a casa para tirarse en el sofá. A la porra los buenos propósitos. ¿Qué le ha pasado? Que no se ha sentado a pensar durante unos minutos la manera de tener una buena forma física y perder los kilos en exceso de forma sensata. No ha consultado a nadie, ni siquiera a San Google, ella misma se basta y se sobra para saber de qué manera perder esa rosquita de la cintura.
Me temo que todos llevamos una choni dentro, arrastrados por la euforia y fuerza de voluntad inicial pensamos que podremos realizar cambios espectaculares en poco tiempo.
xDDD Me ha hecho gracia la descripción de la marichochi, pero también me ha dado como ternurilla. En plan: pobre marichochi, ella hace lo que puede. La putada es que por no saber cómo planear e implementar adecuadamente el cambio, toda esa energía se va a al carajo, y es una pena, porque la marichochi en realidad quiere cambiar y no sabe cómo hacerlo. A ver si averiguamos la mejor manera de no desperdiciar nuestros esfuerzos.
Besitos y gracias por comentar.
El retrato de la marichochi está basado en hechos reales, yo fui una marichochi de primera 😆 Al 15º intento empecé a pensar que estaba haciendo algo mal, no era falta de voluntad el problema.
Dejé de plantearme grandes pérdidas de peso en poco tiempo o ver resultados en poco tiempo. Me apunté a un gimnasio cercano y me dejé aconsejar por los monitores. Comencé con Pilates (allí tienen un nivel alto, terminas molía tras una sesión), elíptica y cinta rodante de forma suave. Cuando había pasado un mes y medio tenía una forma física aceptable, así que me atreví con mi primera clase de spinning. No me empeñé en ir al ritmo de la monitora, hacía los ejercicios pero pedaleando a menor intensidad y con menor carga. Sobreviví. Dejé de ver el ejercicio físico como una obligación para perder peso y ahora mismo es una afición más que me relaja y me ayuda a desconectar.
Respecto a la comida, analicé la causa de comer tanto. Dos problemas: comía 3 veces al día, no merendaba, llegaba con mucha ansiedad a la hora de la comida y antes de sentarme a la mesa ya había acabado con el paquete de papas fritas. Vale, mejor 5 pequeñas comidas repartidas a lo largo del día. No siempre comía sentada con toda la comida en la mesa y comía a gran velocidad, a ansia viva. Vale, mejor todo allí puesto, masticar despacio. Me metí en internet a investigar blogs de cocina con recetas ricas para dejar de consumir precocinados. En mi desepensa ya no hay donetes, pero sí ricos bizcochos caseros (recomiendo mucho probar el de zanahoria con canela).
Has dado en el clavo en afrontar el tema desde el punto de vista de nuestra relación con la comida. Desde pequeña he tenido tendencia a subir de peso, así que he hecho dietas para dar y regalar y no funcionan. Siempre vuelvo a subir de peso, al descontrol, a comer con ansiedad, con lo que, si en mi adolescencia me sobraban 6 kilos, ahora me sobran 20. En todo este tiempo he llegado a una conclusión: escasean los profesionales que sepan afrontar bien el problema. Vas a un nutricionista para que te ayude a resolver tu problema con el peso y te dice que comas tanta fruta, el pollo así, la carne asá, el pescado este, una cucharadita de aceite de oliv y blablabla… Venga ya! Eso es todo! Hacen falta educadores alimentarios, mas que nutricionistas, porque si no conseguimos mejorar nuestra relación con la comida el problema persistirá para siempre.
Luego está el tema de las personas de nuestro alrededor, parece que todo el mundo está dispuesto siempre a dar consejos sobre alimentación. Me resulta curiosa esa gente que, desde que se enteran de que «te estás cuidando» (hace ya tiempo que eliminé de mi vocabulario la palabra «dieta» por que es el mal) enseguida te aconsejan que no deberías hacerlo tu sóla y deberías asistir a un profesional, pero, ¿por qué nadie te aconseja ir a un profesional cuando te alimentas fatal? Es absolutamente paradójico.
Mi relación con la comida no está bien, no quiero estar gorda toda mi vida, y no quiero que mi vida sea un adelgazar y engordar hasta el infinito y más allá. Me gustaría encontrar las claves para mejorar nuestra relación, la de la comida y yo, porque es un hecho que vamos a tener que relacionarnos siempre. No es como cuando una relación con un chico no funciona, llega el momento en que no puedes más y la relación se rompe, y pasa el tiempo y la herida termina cicatrizando. A la comida no la puedes dejar, tienes que relacionarte con ella toda tu vida, así que mas nos vale aprender a llevarnos mejor.
Marina, gracias!!! Este tema nos va a ayudar a muchos.
Un comentario muy sensato, Nis. Ya hablaremos del tema social de la alimentación, pero en un grupo de personas donde todos están comiendo hamburguesa y uno pide una ensalada, es el de la ensalada el que tiene un problema. Eso es así.
En cuanto a lo último, tienes toda la razón. Después de trabajar con obesos y con drogodependientes, opino que es mucho más fácil dejar la droga, porque puedes abandonarla del todo y apartarte del ambiente donde te colocabas. Como tú dices, con la comida hay que relacionarse toda la vida.
A ver si poquito a poco encontramos la manera de mejorar nuestra relación con esta amienemiga.
Un beso gigante.
El que tiene un problema es el que cree que el que pide una ensalada tiene un problema, y también el que pide en función de lo que piden los demás. Uno por prejuicios, el otro por falta de personalidad.
Yo creo que las dietas engordan por que alimentan solo nuestro ego y no nuestra alma.
Nos indica como estar físicamente bien, pero son muy monótonas y no permiten ningún cambio, son muy estrictas.
Solo la persona que está llena de actividad e ideas puede sobrellevar una dieta toda su vida, pero……….. Eso es la perfección ¿no?
Perdón por mis retrasos, te leo pero no encuentro el tiempo de ponerme a escribir, ya sabes que soy lenta pero segura. Ire poniendo cosas poco a poco.
Un saludo.
Mi problema con la comida es que LA AMO. Ojalá no disfrutara tanto comiendo, y por supuesto lo que más me gusta es lo que más engorda! Bien por mí! Si no hago dietas es porque la sola idea de tener alimentos prohibidos me angustia, y porque el papel que me da la nutricionista donde pone «comida: pechuga de pollo con verduras a la plancha + fruta o yogur desnatado» me quita las ganas de vivir. Lo malo es que amo la comida tanto como detesto hacer deporte. Pero tu artículo me ha parecido muy interesante y me ha hecho pensar. Y desde luego es obvio que tengo que hacer algo al respecto, así que a ver cómo me lo monto xD
Creo que estás totalmente equivocado. La comida no tiene ningún componente social ni de compensación emocional, excepto para los gordos, pero eso es gente que no sabe resolver sus problemas por si misma y busca evadirse de cualquier manera, como lo hace un fumador o cualquier otro drogadicto.
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Estoy seguro de que nadie que haga lo que dices esta delgado y todos los que han comentado a favor no tienen fuerza de voluntad para hacer una dieta adecuadamente y posteriormente llevar una alimentacion saludable,porque una ensalada si es mas sana que un helado, y por supuesto engorda menos. Mientras que una ensalada puede llevar gran porcentaje de celulosa, los helados que te comas se van a acumular en forma de grasa en el paniculo adiposo, es decir que engordas si o si. Todas las biomoleculas son necesarias para nuestro organismo pero no en grandes cantidades. Puedes tener todos los pensamientos qie te de la gana que cuando te comas todos los brownies que te apetezcan los glucidos no van a desaparecer por arte de magia. Asi que a los gordos, menos buscar alternativas y mas desarrollar la fuerza de voluntad, que cada dia que pasas sin probar las cosas que engordan, es un dia para celebrar, y al siguiente dia te costara menos vencer la tentacion, hasta que no se vuelva una tentacion, simplemente un alimento mas. Hay que saber elegir preferencias, o eliges lo dulce o tu cuerpo y salud.
¡Hola, Marina! Soy una jipi nueva por estos lares. Llegué a tu blog por curiosidad, y a pesar de tu consejo de no leer más de un par de posts del tirón, he engullido unos cuantos a lo loco 😉
Éste, como siempre, lleno de sensatez. Yo nunca he hecho dieta como tal, pero sí he tenido temporadas de preocuparme (de) más por lo que como. Al final lo más difícil no es lo que como yo sola, afortunadamente no tengo que convencerme de que me apetece verdura porque me gusta de siempre, sino más bien las implicaciones sociales. Tengo un poco la sensación de que al final lo único que funciona es «normalizar» la relación con el deporte y la comida. Con mis amigos hemos conseguido variar un poco el asunto: aún quedamos a comer y al final calculamos mal y es una burrada de comida, pero hemos hecho un pequeño cambio: cocinamos nosotros. Así el «evento social» no es sólo comer, es comprar, cocinar juntos, comer, echar la tarde y repartir en tuppers comida casera para el lunes 😉 Es una tontería pero las últimas veces me quedé pensando que aunque había tanta comida como siempre, no he vuelto a tener la sensación de atracón. En cuanto al deporte, siempre que he empezado con la idea de perder un par de kilos lo he terminado dejando. Ha sido sólo al engancharme y empezar a hacerlo porque me deja nueva que me ha empezado a ir bien. Así que, simplificando muchísimo, lo único que me sirve es relajarme y normalizar… pero claro, ¡es fácil decirlo!
Un besazo y mil gracias por el blog. Es amor 😀
Alimentación variada, equilibrada y suficiente!
Pd. Cuando nos recomiendan no saltarnos las comudas, en especial el desayuno, es porque normalmente las personas con sobrepeso tienden a tener hambre, ya sea fisica o no. Cuando comemos mas o menos seguido y con la cantidad suficiente, nuestro cuerpo tiende a no pasar hambre ya que se encuentra estable, entre unos niveles de energia normales para que sucedan las reacciones biologicas que nos hacen ser lo que somos.
Ánimo!
Una nutricionista..
Estoy convencida de que la primera norma para mantener una dieta es: Deja de culparte. No te castigues más diciéndote que no tienes palabra o voluntad. Quizás simplemente cometes fallos que ignoras a la hora de afrontar tu fabuloso proyecto de cambiar de forma radical. Trabaja tu motivación para adelgazar y todo será mucho más fácil.
Saludos cordiales
Carmen