A diferencia de esta vaca, tú puedes elegir no rumiar
Después de un rato tratando de escribir acerca de si podemos controlar los pensamientos, se me ha ocurrido que quizá me estaba haciendo la pregunta errónea. Quizá la pregunta correcta es: ¿queremos controlar los pensamientos? Siempre que digo que no es posible hacerlo, alguien me lleva la contraria: sí que se puede, me dicen, o se puede al menos hasta cierto punto. Y bueno, ¿quién soy yo para contradecir la experiencia de esa persona?Así que a lo mejor la cuestión es: aunque se pueda hasta cierto punto, aunque uno sea capaz de perfeccionar el arte de censurar su cerebro: ¿merece la pena invertir tiempo en eso?
Mi opinión es que no (¡sorpresa!), y como hacen falta razones para apuntalar esa opinión, aquí tenéis cinco para ir abriendo boca. ¿Por qué cinco, y no tres, o seis, o dieciocho? Yo qué sé. Cinco es un bonito número. Si se me ocurren más, ya escribiré una segunda parte.
[Nota: lo que digo sobre los pensamientos podría aplicarse a todos los eventos internos: emociones, sensaciones, fantasías y, en general, todo lo que ocurre dentro de nuestra cabeza y que los demás no pueden ver. Para facilitar las cosas, me referiré únicamente a los pensamientos]
1. Que sea posible no quiere decir que sea beneficioso
Las estrategias de control del pensamiento suelen incluir algún componente de lucha/huida. Luchas cuando tratas de discutir con el pensamiento («no soy estúpida: he hecho muchas cosas bien en mi vida»), cuando intentas convertirlo en otro más adaptativo («no he fracasado: puedo aprender mucho de esta experiencia») o simplemente cuando tratas de eliminarlo. Huyes cuando te distraes, evitas situaciones o te insensibilizas.
Estas estrategias pueden ser perjudiciales por dos motivos: en primer lugar, porque llevadas al extremo se convierten en dañinas. Relajarse con una cervecita no es demasiado terrible; el alcoholismo sí. Parcelar ciertos aspectos de nuestra experiencia para que no nos hagan polvo puede ser adaptativo: por ejemplo, cuando trabajaba con pacientes oncológicos necesitaba separar su pena y su dolor del mío, y dejar atrás las emociones que vivía con ellos cuando salía del trabajo. Si no, habría terminado tirándome de un puente. La disociación extrema, sin embargo, puede volverse patológica y generar problemas graves.
Además, son perjudiciales porque nos quitan tiempo para lo que de verdad nos importa. Toda la energía que invertimos en cambiar la emisora mental podríamos emplearla en hacer algo productivo en el plano de la realidad. Y, puestos a elegir, yo prefiero la realidad a mi cabeza.
[Si dudas entre actuar en la realidad o en tus pensamientos, te animo a que elijas: ¿sexo o fantasías sexuales? ¿Comida o pensar en comida? ¿Dormir o pensar en dormir? Tú mismo.]
2. Es una buena excusa para evitar actuar en la realidad
Ya lo dije ayer: en general, la mayor parte de la industria del crecimiento personal me parece profundamente egocéntrica. Por eso, no es de extrañar que abunden las técnicas y terapias Juan Palomo: yo me lo guiso, yo me lo como. Son técnicas del tipo “habla con este cojín como si fuera tu madre”, “perdona a la gente en tu corazón” o “consuela a tu niño interior”.
No estamos solos. Tenemos que interactuar con los demás. Como dicen los de Aquarius, la gente hace lo que le da la gana, y en un alto porcentaje de los casos no va a colaborar con nuestros intentos de ser mejor persona o de resolver conflictos. El problema es que a veces utilizamos las técnicas JP antes o en lugar de actuar en la realidad. Y, como comenté en el artículo sobre la asertividad, tragarnos nuestros pensamientos y sentimientos, o trabajar a solas lo que también implica a los demás, supone negarles de antemano la posibilidad de cambiar.
¿Es mejor trabajar a solas los sentimientos negativos hacia los padres o hablar de esos sentimientos con ellos? “No van a cambiar”, solemos decir, pero creo que estaría bien ser conscientes al menos del dolor que nos causa a la mayoría confrontar a nuestros padres. Quizá si fuéramos capaces de decir en alto lo que pensamos, o de actuar de forma más consecuente con lo que sentimos, nuestros familiares o, por extensión, las personas que nos rodean, reaccionarían de otra forma. Quizá cambiarían su actitud con nosotros. Quizá no, pero al menos oirían campanas que podrían serles útiles en un futuro. Eso no importa: lo importante es distinguir si nuestra voluntad de trabajar nuestros conflictos a solas tiene que ver con el valor o con el miedo.
3. Requiere una agotadora búsqueda de la verdad
Aceptar que hay pensamientos positivos y negativos supone que hay una realidad más o menos estable a la que nuestras cogniciones deberían ajustarse. Es lo que opinan algunas corrientes de terapia cognitiva, como la Terapia Racional Emotiva de Ellis. Según esta teoría, hay pensamientos y sentimientos más ajustados a la realidad que otros, y nuestra tarea es identificar los irracionales y cambiarlos por otros más racionales.
Sin embargo, distinguir lo racional de lo irracional implica asumir que hay verdades estáticas a las que adaptarnos. Y la búsqueda de la verdad es un camino resbaladizo.
Imagina que un paciente mío me dice que está muy descontento con mi trabajo y deja de venir. Yo podría pensar “oh, señor, soy una psicóloga horrible”. Si fuera una buena terapeuta cognitiva, mi alarma saltaría: “esa es una creencia irracional, Marina, y deberías cambiarla”. Buscaría hechos que desconfirmaran mi hipótesis. Pensaría en todos los pacientes que han ido bien, en los que me han regalado bombones, en los lectores que me escriben diciéndome que les resulta muy útil este blog. Sustituiría el pensamiento por “soy una buena psicóloga y, en cualquier caso, lo hago lo mejor que puedo”. Pero en realidad, ¿qué es ser una buena psicóloga? ¿Y si el concepto mismo de psicóloga, es decir, de considerar que puedo dar a alguien consejos sobre lo que hacer, es poco ético? ¿Y si no he leído lo suficiente como para estar segura de que lo que hago es lo mejor? Quizá que un paciente me haga un regalo no es un signo de competencia por mi parte, sino de dependencia por la suya. Puede que esté creando vínculos patológicos.
Ahí es donde empieza el peliagudo territorio de la paja mental.
A lo mejor no tiene sentido filosofar sobre la utilidad de mi terapia y mi capacidad para hacerlo. A lo mejor basta con aceptar que la realidad es lo bastante compleja como para no reducirla a blancos o negros. En cualquier caso, aquí volvemos al punto uno. ¿Beneficia a mis pacientes que yo intente convencerme de que soy una buena psicóloga? Si invierto ese tiempo en estudiar, ganaremos todos.
4. Es una idea basada en mitos
¿Por qué se hace tanto énfasis en el control? ¿Por qué se utilizan tanto frases del tipo “relájate”, “anímate”, “no seas tan negativo” o “supéralo ya”? Son expresiones que presuponen la posibilidad de controlar, y están tan extendidas que ni siquiera nos planteamos que se equivoquen.
Para empezar, confundimos planos de realidad. Vemos a los demás aparentemente tan felices que creemos que están controlando sus estados internos, cuando lo único que controlan es su exterior. Si los que nos rodean parecen felices, inferimos que son felices y que algo va tremendamente mal en nosotros. Sin embargo, también nosotros aparentamos felicidad la mayoría del tiempo. “¿Qué tal?”, nos preguntamos unos a otros todo el rato. “Bien”, contestamos de manera casi automática. Y a veces no estamos bien. Y, a pesar de eso, seguimos pensando que los demás están bien cuando dicen que lo están.
El otro mito que alimenta la idea de que está bien controlar los pensamientos tiene que ver con la atraccionitis, o la creencia más o menos consciente de que lo que pensamos atrae acontecimientos que van en esa dirección. Ya escribí mucho sobre eso, pero mi postura se resume en que hay que abrir la mente, pero no tanto como para que se te caiga el cerebro.
5. Existen otras estrategias
A lo mejor aquí es donde ha fallado a veces mi campaña anti-control: en no ofrecer alternativas. Parece que si asumimos que no se puede o se debe controlar el pensamiento, nos resignamos a una vida angustiosa de autocharla deprimente. Creemos que renunciar a pensar en positivo nos condenará a pensar en negativo y nos dará vía libre para rumiar nuestra desgracia como una vaca triste.
La verdad es que los pensamientos no pueden controlarse, pero sí gestionarse. Que existen otras estrategias, como la meditación, la observación consciente o incluso la intención paradójica (obligarnos a pensar en algo negativo durante un periodo de tiempo determinado) que son mucho más efectivas. Esto es lo que la ACT denomina “técnicas de defusión”, que intentan hacernos entender que no somos nuestros pensamientos y no tenemos por qué aterrarnos cuando no se parecen a la imagen perfecta que queremos dar de nosotros mismos.
Probablemente hay más razones por las que no merece la pena empeñarse en controlar los pensamientos, pero estas cinco no están mal para empezar. ¿Qué te parecen, jipi? ¿Estás más convencido ahora, o insistes en llevarme la contraria y quitarme mi merecido papel de gurú*? ¡¡Compártelo en los comentarios!!
* Humor, ¡¡humor!!
[Imagen: Markku Åkerfelt]
Hay cosas que no quedan claras en este artículo, o post, o como lo llamemos, cosas que citas pero que no explicas, y que sin embargo parecen importantes. Por ejemplo, eso de «La disociación extrema, sin embargo, puede volverse patológica y generar problemas graves.»; cuando leo esa oración no puedo evitar pensar que aunque creo que la entiendo se me escapan cosas. Pero el mayor problema lo veo en el final, cuando precisamente ofreces las alternativas, que simplemente citas pero no explicas. ¿Qué es la observación consciente, por ejemplo? ¿En qué consiste, qué busca? No sé si lo tienes planeado pero me parece que este artículo requiere una segunda parte en la que hables un poco de esas alternativas.
(Intento escribir esto siendo constructivo, pero una parte de mí me dice que parezco aquí muy gruñón y «troll»; nada más lejos de mi intención).
Jajaja créeme, querido Khal, que no hay nadie menos trolleante que tú <3 Tienes toda la razón, y sí, en algún momento explicaré esas alternativas, pero me parecía que seguir por ahí era extenderse demasiado.
Besitos, majo.
Hasta la defusión y la meditación pueden tornarse estrategias de control…y sin ‘darte cuenta’ usarlas con intención suponiendo por ello el principal obstáculo (vivido en mis carnes). Animo! Están resultando todos muy interesantes!
Creo que controlar los pensamientos no se puede, te surgen. Otra cosa es controlar lo que quieres decir. Con el tiempo se puede controlar las emociones pero no todas, no me reconocería. Creo que siempre hay un momento para soltar nuestros pensamientos y emociones y otras veces guardarlo por miedo en algunos casos y en otros por evitar un enfrentamiento. Tampoco estamos todos los días hablando de lo que sentimos si no seríamos unos egocentristas. Y yo, y yo… ¿y el otro? ¿No tiene el derecho de también expresar sus emociones? ¿Cuándo? ¿Cuándo yo termine?. Tal vez sea largo mi discurso. Es algo complejo. Besos!
Ya me suena a tópico pero ¡gracias Marina!. Desde mi caso, he tratado de controlar el pensamiento, prohibiendo y obligando a mi mente cómo actuar. La idea de dominar los pensamientos es muy tentadora pero después de un tiempo persistiendo concluyo que no es natural.
¿Cómo se controla una mente enamorada de otra persona? ¿cómo se controla el rechazo a un ser querido? No somos máquinas programadas, controlar los pensamientos me parece artificial. Considero mucho más correcto «contener» sin poner barreras.
Ains, siento un alivio cuando leo opiniones que me parecen tan razonables xD me está llamando tanto la atención la TAC que voy a buscar la bibliografía que recomiendas 😉 (la TAC en mi carrera ha brillado por su ausencia -.-)
La verdad es que adentrarse en las propias rumiaciones te puede llevar a perder la perspectiva de tu situación personal, a mi a veces me ha pasado y cuando entremedio hago aluna actividad en la que disfruto excepcionalmente es como un choque con la realidad, una realidad mucho más luminosa, ¿cómo era esa frase…en lugar de preocuparte por algo ocúpate en solucionarlo?
salu2!
En relación con la posibilidad de quedarte con pensamientos y/o sentimientos negativos o por el contrario hacer saber a una persona lo que te está molestando o ha molestado de ella yo lo que hago es esperar a que se me pase el enfado sin «ahondar en la herida», tratar de ponerme en la piel de esa persona y cuando estoy reconciliada internamente con ella, hablar sobre el tema. Tambien he usado a veces el que cuando me viene un pensamiento negativo cuando alguien me ha hecho daño, en lugar de dejar que crezca repito interiormente, intentando sentirlo de verdad: Te perdono lo que me has hecho, te pido perdon por lo que te haya podido hacer y te agradezco todo lo que has hecho por mí. Y en determinados casos añado:Te dejo ir y te deseo que seas feliz. Me da muy buen resultado, sobre todo para personas con las que no voy a tener más relación.
Con respecto a la meditación y la observación y aceptación de los sentimientos supongo que ya ha blarás largo y tendido. Lo estoy deseabndo. Besos preciosa. Sigue así.
La cuestión es no luchar ni evadirse inconscientemente (ver la tele, comer, etc…en exceso o como forma de evasión) del pensamiento negativo sino ver que «esta ahi» (aceptarlo) pero no entrar en discusiones ni luchas con él, etc….ya que eso hace que se sume mas dolor a la emoción que ya de por si es natural que nos cause dolor (si es que es negativa). Digamos que asi la «recuperación» es más rápida.
Lo que mejor me funciona es el pensamiento pragmático. Me sirve o no me sirve esto que pienso. Me puedo o no me puedo permitir el lujo de involucrarme en lo que pienso. Una de las cosas de las que estoy más orgullosa es de haberlo podido desarrollar bastante bien durante todo el año de escritura de la Tesis hasta su defensa. Lo mejor de todo es que no fue un control, sino un enfocarse en otras cosas deliberadamente. De hecho era consciente de que si prestaba atención a pensamientos poco constructivos simplemente queriendo que no estuvieran ahí conseguirían paradójicamente copar toda mi atención como por rebote. Y el tiempo era oro.
Hay cosas que es mejor aceptar que nos acompañarán siempre. Como los pensamientos poco constructivos (mejor que llamarles negativos, lo prefiero).
Los pensamientos me vienen a la mente sin yo querer, depende de mi hacerles caso o no.
Ay que mantener una distancia con los pensamientos de uno mismo, para poder evaluarlos, sino se puede entrar en el terreno peligroso de identificarse demasiado con el «si-mismo» (ver Carl G. Jung)
https://www.youtube.com/watch?v=VWrC9a8aQDQ Una pequeña introducción al pensamiento de Jung.