He sufrido muchas desgracias que nunca llegaron a ocurrir.
Mark Twain
Vamos a empezar este artículo con una historia. La protagonista soy yo, que por algo es mi blog.
2007. Algún punto en el trayecto Sevilla-Pisa.
Tengo veintiún años y voy en un avión con mi amiga Marta a visitar a Elsa, que está de Erasmus en Florencia. El avión aterriza en Pisa, porque así nos sale más barato. Marta y yo vamos recitando las palabras que sabemos decir en italiano. “¡Prosciutto!”, digo yo. “¡Fetuccini!”, añade ella. Al menos parece que en Italia no nos vamos a morir de hambre.
Mi amiga Marta es muy valiente. Siempre digo que Marta no tiene miedo: es el miedo quien la tiene a ella. Así que no me atrevo a contarle que estoy muy preocupada porque el avión llega las doce de la noche y no tengo ni idea de cómo vamos a ir hasta a Florencia. Llevo varios días dándole vueltas al asunto. Mi cerebro ha maquinado todas las posibilidades. Podemos avisar a Elsa para que venga con alguien en coche a recogernos. Podemos dormir en el aeropuerto. A las malas, podemos pagar un taxi entre las dos. Yo tengo dinero. Todo se soluciona con dinero.
Entonces aparece un chico en el pasillo del avión que nos pregunta, primero en italiano y después en español, si queremos billetes de autobús. “¿Autobús a dónde?”, pregunto yo. “A Florencia.” Marta dice que no. Que ya los compraremos en el aeropuerto. Yo me tengo que morder los labios otra vez. ¿Y si se terminan? ¿Y si ésta es nuestra última oportunidad para llegar allí antes de que la noche nos coma y acabemos tiradas en una cuneta musitando «prosciutto»? Marta ha subido la apuesta de las palabras italianas con un digno “arrivederci”, pero a mí me cuesta centrarme en el juego.
Cuando llegamos a Pisa, hay un mostrador enorme y lleno de gente justo en el centro de la sala de espera. Vende billetes para Florencia y son más baratos que los del avión. Sale un autobús cada media hora; el nuestro, de hecho, va casi vacío.
2012. Gijón. Dos y media de la madrugada.
Tengo veintisiete años y voy conduciendo mi furgo por las calles desiertas de Gijón. Ya llevo diez días viajando sola y escalando con desconocidos. Ayer dormí en el parking de El Molinón, el estadio del Sporting, pero hoy quiero buscar un sitio un poco menos sórdido. Mi amigo de couchsurfing me ha recomendado una playa y yo voy siguiendo las indicaciones del GPS. Llueve bastante, está oscuro y no se ve un alma. El GPS me guía por cuestas larguísimas que parecen acercarse al mar, pero que terminan dando más y más vueltas en medio de la nada. Estoy exhausta y no tengo ni idea de dónde voy a dormir esta noche, pero la sensación que tengo es de profunda confianza. Creo que nada va a salir mal. Encontraré la playa, y si no la encuentro podré volver al estadio del Sporting o buscar cualquier otro aparcamiento. A las malas, puedo echar el edredón en el asiento trasero o incluso pagarme un hostal.
¿Cuál es la diferencia entre las dos escenas?
Las dos situaciones son inciertas y parcialmente inseguras. Probablemente, la segunda es más peligrosa que la primera. Voy sola, es tarde, no conozco la ciudad y estoy cansada. En Italia voy con Marta, que no sabe lo que es el miedo, y estamos en un aeropuerto internacional de un país civilizado. En las dos ocasiones mi mente ha previsto los posibles contratiempos y ha pensado en soluciones. La diferencia es que en 2012 mi sensación predominante es de total confianza en que todo va a ir bien.
¿Qué ha cambiado entre una situación y otra?
Podría decir que horas y horas de meditación hardcore me han ayudado a observar la realidad con ecuanimidad. Que mi trabajo como psicóloga me ha hecho vencer mis temores y mejorar mi capacidad de afrontamiento. Que me he apuntado a un curso de reiki y me inunda la magia del Chi.
La realidad, sin embargo, es que lo único que ha cambiado en esos cuatro años ha sido mi experiencia.
Cuando llegué a Pisa y vi los autobuses que salían cada media hora, algo dentro de mí aprendió en el contacto directo con la realidad que la mayoría de las veces, cuando tenemos miedo no pasa nada. Decidí almacenar el recuerdo de lo que había sentido cuando comprobé que llevaba días preocupándome en silencio para nada. Desde entonces, he intentado aplazar la preocupación hasta el último momento y darme la oportunidad de experimentar por mí misma que la mayoría de las veces todo se soluciona.
El miedo es la emoción básica que subyace a todas las demás emociones negativas. Los celos son miedo a que nos dejen. La envidia es miedo a no llegar nunca a tener algo tan bueno como el otro. La vergüenza es miedo a lo que los demás pueden decir de nosotros. El miedo nos paraliza porque trata de resolver en el presente algo que aún no ha sucedido, y sabe que la única forma de evitar que eso ocurra es, precisamente, quedarse quieto. La crisis es miedo y el miedo es parálisis.
Cuando empecé a trabajar, casi todo me aterraba. Me daban miedo los locos, los suicidas, olvidarme de preguntar cosas importantes, que me llamaran a declarar a un juicio, los padres divorciados y vengativos o lavar la bata con la ropa de color. Casi tres años después, tengo menos miedo. Ya sé de qué van los locos y los suicidas, y ya sé que si pongo la lavadora a treinta grados ninguna de mis camisetas de Zara destiñe. Al principio no me encontraba cómoda en ninguna situación. Lo que ha cambiado con los años no es que sea capaz de pasar más tiempo en situaciones incómodas, sino que lo que antes era incierto, ahora es conocido. Ahora es cómodo tratar con locos.
El miedo es útil. Es un aviso. Nos dice que la situación en la que estamos supone un reto, y que hay un riesgo que debemos evaluar y asumir (o no). Pero no es una herramienta. No va a ser el miedo quien nos saque de las situaciones difíciles, sino las habilidades que nos permitan enfrentarnos a esas situaciones cuando aparezcan. Aumentar nuestras capacidades y nuestro repertorio de respuestas hará que tengamos más posibilidades de salir victoriosos. Hará que situaciones que parecían fuera de nuestro control parezcan ahora más controladas porque son más conocidas.
La única forma de dejar de pasar miedo es haciendo. Nuestro cuerpo aprende el valor de una forma intuitiva, experiencial: oye, pues es verdad que no pasa nada si me quedo tirado en un aeropuerto. Es verdad que me apaño y que sobrevivo. De la misma forma que uno entrena los músculos físicos a partir del dolor, los músculos mentales también tienen que doler un poco para hacerse grandes.
A veces casi siempre paso miedo escalando. Aun así, escalo.
Si quieres superar el miedo, por tanto, deberás esforzarte de manera consciente para que no sea él quien decida por dónde vas a ir. Porque, noticias frescas: el miedo no te va a salvar de nada. Que lo malo ocurra o no, no depende de ti, o al menos no del todo. Si eliges vivir con miedo, renunciarás a mucho para navegar siempre por tu zona de confort. El único problema es que la vida no es una zona de confort constante. El riesgo siempre está ahí. Entonces te vas recortando la existencia mientras ese miedo crece en forma de la angustia difusa y dolorosa por la que todos hemos pasado.
Si eliges vivir sin miedo o, mejor dicho, sin tener en cuenta el miedo para tomar tus decisiones, es posible que en algún momento lo pases mal, o que algunas situaciones te sobrepasen. Pero cuando las consecuencias de tus acciones no sean positivas, al menos sabrás que no fue el miedo lo que te movió en esa dirección. Uno no puede elegir cometer errores, pero sí qué errores prefiere cometer. Propónte errar por valiente.
Propuesta: “lo peor que puede pasar si”. ¿Qué es lo peor que puede pasar si me voy de viaje sola con la furgo? Tener un accidente y morirme: vale. Que me violen y/ o secuestren: vale. ¿Cuál es la posibilidad real de que eso suceda? Baja. ¿Puedo protegerme? Puedo tener cuidado con las horas a las que salgo, puedo conducir con precaución, puedo cerrar los pestillos. Quizá pasen otras cosas más probables, como que el coche me deje tirada. En ese caso, sabré solventarlo. Llamaré a la grúa o pediré ayuda.
El ser humano está hecho para adaptarse a condiciones cambiantes. Crecemos, evolucionamos y nos hacemos más fuertes en respuesta a conflictos y a desafíos. Si vivimos siempre en la zona de confort, de aquello que no nos da miedo porque nos resulta conocido, nunca creceremos. Porque si lo que tenemos ahora no nos gusta, lo nuevo y mejor tendrá que ser desconocido, y por tanto dará miedo. Así que más nos vale entrenar nuestros músculos mentales, aunque sea a través del dolor, si queremos disfrutar de la vida en lugar de pasarla teóricamente seguros en nuestro cubículo.
Por último: si piensas que arriesgarse es de chalados, recuerda que la seguridad y la estabilidad son las dos mayores mentiras del mundo. Están ahí como la zanahoria del burro: para que, pensando que existen en algún lugar, hagas cosas que le convienen a otra gente. La idea de seguridad se vende a través de muchas cosas. Dan seguridad las hipotecas, los coches caros, las alianzas de boda. Da seguridad tomarse el Actimel todos los días o ir al gimnasio dos veces por semana. Pero, adivinad qué: aun así, las cosas siguen pasando. La hipoteca mejor planificada nos pone al borde de la bancarrota; a la gente más sana le diagnostican cáncer; al mejor marido del mundo le deja su mujer por cualquier capullo.
Deja de pensar en tu estabilidad en función del contrato que te ha hecho tu empresa. Deja de pensar en tu riqueza en términos de los números de tu cuenta del banco. Arriesga hasta donde sepas que podrás afrontar las consecuencias, y después arriesga un poco más. Si uno está acostumbrado a apostar, perder le importa menos. Se encoge de hombros y sabe que su verdadero capital es infinito.
No sabes como me ha llegado este post!! Yo siento miedo muchas veces y en un primer momento ante una situación nueva que me da miedito y que me sitúa en la incertidumbre total, lloro y mucho. Y en esas estoy ahora mismo. Hace 3 meses que me vine a vivir a Sevilla por mi pareja, y a él ahora lo mandan 4 meses a Francia, y yo me quedo aquí, por 7 horas de trabajo a la semana, conozco poca gente y nunca viví sola. Se que no va a ser para tanto, se que lo superaré como lo hago siempre y sé que me molará vivir sola, pero no puedo evitar sentir miedo a lo que pueda pasar estos meses. Así que tu entrada me ha venido muy bien. Y tienes toda la razón, ¿para que preocuparnos si sabemos que siempre salimos?. El otro día hablaba yo con una amiga de la incertidumbre económica en la que nos encontramos, y que estamos continuamente preocupadas por llegar a final de mes y siempre al límite pero al final llegamos a la conclusión de que siempre salíamos, de que nunca llegábamos a estar asfixiadas, así que igual deberíamos de dejar de preocuparnos tanto… pero es lo que tu dices, el miedo, el miedo de verte sin un duro. Como siempre acertadísima en tu entrada. Bicos
¡Muchas gracias! Entiendo lo que comentas del dinero porque a mí me pasa igual, y sólo hace algún tiempo me di cuenta de que NUNCA he ido al cajero y no he podido sacar dinero, así que no me irá tan mal 🙂
La situación a la que vas a enfrentarte ahora está fuera de tu zona de confort, así que la única forma de entrar en ella es quedarte con esas sensaciones hasta que se hagan familiares y compruebes que, efectivamente, al final todo va más o menos bien.
Un abrazo!
Uff zona de confort?? No creo, por que me parece que hace mucho que no la piso esa zona, puede ser que a nivel emocional con mi pareja se estuviese formando, pero vamos que yo llevo 3 meses aquí y de confort poco…Supongo que el problema es más bien ese, que no doy encontrado una zona de confort en casi ningún ámbito de mi vida desde hace dos años!!ya vendrá!! Gracias por los consejos
Confort, en este contexto, no quiere decir bienestar. Quiere decir ausencia de miedo o de riesgo inmediato, pero muchas veces nos lleva a vivir en un estado no necesariamente feliz, sino más bien tibio y montónono. Por ejemplo: puede que sepas desempeñar bien el trabajo que haces, porque llevas mucho tiempo en él, pero que no te guste ni te sientas realizada. En ese caso, estaría en tu zona de confort, pero no te haría feliz. El hecho de que sea un sufrimiento conocido y manejable nos hace todavía más complicado dar los pasos necesarios para escapar de él. No sé si me explico.
Un besote en el cogote 😀
Teóricamente todo lo comentado en este artículo está muy bien y debería servir de ayuda a muchas personas. Pero digamos que, al menos en mi caso, no es tan fácil. En mí no existe ningún botón de «apagar» el miedo, de razonarlo ni de meterlo debajo de la cama. Cuando se está en determinada situación cualquier cosa te provoca miedo, ya sea mirar por la ventana, ver dibujos animados en la tele o el simple hecho de levantarte de la cama. No existe una fuente clara al menos del tipo de miedo que estoy intentando explicar. Supongo que como psicóloga conocerás los tipos de fobias que hay, cosa que yo desconozco. Por ejemplo, no creo que si se tiene fobia social la solución sea ir a todas las fiestas que puedas, creo que, primero sería imposible que esa persona acceda, y segundo, creo que sería hasta más traumático someterlo a semejante tortura. El miedo le desencadenaría peores cosas. De todas formas, desconozco este tema, solo es mi humilde opinión. Buen artículo : )
Antes de contestar a tu comentario, me gustaría saber qué piensa el resto. ¿Os parece que es posible «apagar» el miedo? ¿Creéis que hay una línea que separa lo normal de lo patológico? ¿Valen las mismas soluciones para unos y otros? Me interesa mucho saber vuestra opinión. Gracias por el comentario, Henricuro, es muy interesante lo que planteas 🙂
Ok, te contesto ahora con un teclado decente 🙂
Teóricamente nada sirve de nada. Las cosas sirven en la práctica, y si piensas que llevar esto a la práctica es inviable, obviamente no te va a servir. Es necesario encontrar una forma de aplicarlo en la vida real. Como comentan más abajo otros lectores, no existe un botón de «apagar» el miedo. No hay otro remedio que exponerse a él.
Entiendo perfectamente el tipo de miedo irracional que comentas. Desconozco tu caso particular, pero generalmente la fuente de este tipo de miedo es la evitación. Algo nos produce ansiedad, por razones objetivas o por pura casualidad, y empezamos a evitarlo. Poco a poco, esa ansiedad empieza a extenderse a situaciones que antes no la producían, y mientras más evitamos, más ansiosos nos sentimos. El miedo al miedo, y el hecho de que la ansiedad sea muchas veces una respuesta paradójica (mientras más tratamos de evitarla, más nos angustiamos) empeora todavía más las cosas.
Imaginemos a un paciente que sufre un ataque de pánico en un ascensor. Asocia las sensaciones desagradables del pánico al ascensor y deja de utilizarlo. El problema es que existe la posibilidad de que la propia ansiedad por un nuevo ataque haga que se produzca en otra situación, como un autobús o un centro comercial. El paciente comenzará a evitar cada vez más lugares, hasta encontrarse con que apenas puede salir de casa. He visto casos de gente que necesitaba ducharse con alguien delante para no tener ansiedad.
Cuando existe una fobia como la que comentas, la solución va en dos direcciones. Por una parte, tratas de aumentar las habilidades de afrontamiento: mejorar el comportamiento en situaciones sociales y controlar las manifestaciones físicas de la ansiedad. Por otra parte, la exposición es imprescindible. Se programa de forma gradual y a veces se empieza incluso en imaginación, pero el tratamiento de elección para las fobias es enfrentarse a ellas. Que sea difícil o desagradable no quiere decir que sea inútil 🙂
Espero haberme explicado más o menos bien. ¡Gracias por participar y un abrazo!
Dicen que sólo hay que tenerle miedo al miedo ¿No? A veces a complicado no tenerlo y como dices, es mejor aliarse con él y pensar que de todo se sale.
Por cierto, ¿la foto es de Patones? ¡Anda que no he pasado yo miedo en algunas vías de esa zona!
Un abrazo.
La foto es del norte de Marruecos, en el Talambote 🙂 Todavía no conozco Patones, a ver si vuestro tiempo da una tregua y puedo ir! Un beso.
Hello!! Contestando a tu llamamiento ahi va mi opinión….
En mi opinión apagar el miedo es imposible, vivir con él probable y necesario. Creo que es una emoción primaria que nos viene heredada desde tiempos prehistóricos, aquellos en los que si aparecia un dientes de sable hacia poner pies en polvorosa a todo aquel que apreciara su vida. Eso lo estudiareis en la carrera los psicólogos pero creo que viene del la parte más primitiva del cerebro. Creo que la frase era: «Es valiente la persona que a pesar del miedo actúa no la que no tiene miedo»
Cuando esos miedos son injustificados o ante situaciones que no resultan de peligro real para la persona es cuando aparece quizás la dichosa ansiedad, también necesaria en situaciones de peligro real (tensión de musculos, adrenalina, etc) pero desagradable en situaciones más cotidianas, lo dice un ex-ansioso al que a veces aún le sudan las manos 🙂
En definitiva, ante los miedos lo mejor enfrentarlos de manera gradual pero plantarles cara, y que no guien nuestra vida…creo que el momento en que puedes decir que ya no tienes miedo a tal o cual situación es aquel en que ya dejas de pensar en el miedo propiamente, cuando deja de estar presente metiendo ruido en nuestros pensamientos.
Creo que la frase era: «Es valiente la persona que a pesar del miedo actúa no la que no tiene miedo»
Un abrazo
Estoy de acuerdo con lo que comentas. Enhorabuena por ser un ex-ansioso (o, al menos, un ex-controlado-por-su-ansiedad). Gracias por contribuir y un besote :*
No se puede «apagar» el miedo, eso lo tengo claro. Ni razonarlo, porque es una emoción irracional. Y claro que es una ayuda útil, como dice Juan Carlos es una emoción que está en nuestra especie por una razón (o por muchas razones, más bien). El problema es que el miedo surge cada dos por tres, y deja de convertirse en una ventaja evolutiva para ser un obstáculo. Igual que ocurre con la tristeza o el dolor, son importantes y necesarios, los traemos «de serie», pero pueden convertirse en un dolor crónico que no cumple ninguna función, o en una depresión. Y entonces nuestra vida estará sujeta a esas emociones, nos volveremos unos esclavos de ellas.
En otro artículo del blog comparabas a la resistencia al cambio con una invitada pesada. Pues para mí el miedo es como un hermano mayor gruñón con el que te llevas fatal. Se mete contigo, te riñe, te hace la vida imposible y te saca de quicio. En el fondo le quieres y sabes que al fin y al cabo, no puedes «borrarlo de hermano» y tendrás que aguantarle siempre. También sabes que intenta ayudarte, cuidarte, y protegerte de los peligros del mundo. Pero no puedes pasar tu vida sin tomar decisiones propias y haciendo lo que te diga el pesado de tu hermano. Tendrás que volar sola: estudiar lo que tú quieras, tener la pareja que tú quieras o viajar donde tú quieras… diga él lo que diga.
Pues creo que con el miedo pasa igual. Tienes que sentarte a su lado en el sofá y escuchar toda su monserga de las cosas que pueden salir mal. No puedes borrarlo de tu vida, siempre estará ahí con cara avinagrada y diciéndote lo dura que es la vida. Pero tendrás que devolverle una sonrisa y decirle «No, querido Miedo, te agradezco la preocupación pero voy a ser una persona independiente y ahora quiero hacer esto». Y no podemos esperar a no tener miedo para hacer las cosas, porque entonces nunca las haremos. Hay que hacer las cosas CON miedo. Y a fuerza de hacerlas nos iremos dando cuenta de que nuestro hermano Miedo es un exagerado, que aunque de vez en cuando tiene razón (y nos suena su voz en la cabeza «ya te lo diiijeee»), esas veces son las menos. En la mayoría de las ocasiones no pasa nada terrible. Y aprendemos, y la próxima vez tenemos más confianza, y el miedo protestará menos y más bajito.
Así que a la pregunta de Twitter de si es posible en la práctica tolerar el miedo, mi respuesta es sí, es posible y deseable. Creo que en muchas situaciones es casi imposible «no tener nada de miedo», pero sí es posible tenerlo, y aún así hacerlo.
Muy muy buen artículo, y genial también la frase que ha escrito Juan Carlos en el comentario anterior. Besos
Me ha encantado tu comentario. Precisamente ahora estoy leyendo un libro sobre terapia narrativa en el que habla de externalizar los problemas, y es justo lo que haces tú con tu estupenda metáfora. No se trata de que seas una persona miedosa. No es que el problema seas tú o sean los demás: el problema es el problema, y lo que te corresponde es tratar de cambiar tu relación con él. Como tú bien dices, no puedes dejar que controle tu vida y la reduzca hasta dejarte quietecito en un rincón.
Muy buena aportación, de verdad. ¡Hay una terapeuta narrativa en ti! Un besote.
Muchas gracias 🙂 y muy interesante lo de la terapia narrativa, de la que por cierto, reconozco que no sé prácticamente nada. A ver cómo sale el próximo sábado el examen PIR y luego podré llegar al maravilloso mundo de «leer-cosas-por-gusto-y-no-por-puñetera-obligación». Y tendré más tiempo de leer el blog y los comentarios de la gente, que también veo que son súper interesantes.
¿Recomiendas algún libro en especial sobre terapia narrativa? He visto que has puesto uno en la sección de recursos de David Epston, ¿alguno más?
Llevo poco tiempo leyendo sobre terapia narrativa, pero Epston me encanta de una forma excesiva. Empieza por «Medios narrativos para fines terapéuticos»; es muy, muy ameno y muy aplicable en consulta.
Muchísima suerte con el PIR, ya me contarás.
Besitos.
No, no se puede «apagar» el miedo. De hecho, creo que es un error intentarlo porque apagarlo o evitarlo probablemente nos impulse a huir despavoridos en dirección contraria al origen de nuestro miedo. Cuando se trata de peligros reales, eso está muy bien, pero cuando no, simplemente perpetúa nuestro problema.
Hace tiempo tenía (tengo) un problemilla (problemón) relacionado con esto. Había ciertas situaciones que me provocaban un miedo irracional, y la mayor parte de las veces, salía corriendo en dirección contraria sin ni siquiera darme cuenta, y aquello me hacía muy infeliz. Llegó el día en que se alinearon los astros y decidí que estaba harta de vivir así, y no sé cómo se me ocurrió, que para evitar la huída cuando sintiese ese miedo paralizante lo que iba a hacer era simplemente sentirlo a fondo. Respirar profundamente y sentir cómo se extendía por todo mi cuerpo. Imaginarme lo peor que pudiese pasar y darme cuenta de que en realidad, no tenía importancia. Me dí cuenta de que estaba más viva sintiendo miedo y fallando que no sintiendo nada y no haciendo nada.
Hala, os dejo que voy ahora mismo a poner en práctica mi propio cuento 🙂
Acabo de tuitear lo de «Me dí cuenta de que estaba más viva sintiendo miedo y fallando que no sintiendo nada y no haciendo nada». ¡¡Me ha encantado!! (Por cierto, iba a mencionarte, pero no sé si tienes twitter, y si tienes no te encuentro :S).
Efectivamente: sentir a fondo las sensaciones, tanto las agradables como las desagradables, y darnos cuenta de que no van a matarnos, es una de las formas más sensatas de afrontarlas.
Y encima te veo huyendo a toda mecha de autoayudalandia… y hablando de «mi propio cuento» (¡¡otra terapeuta narrativa!!). Estás hecha una máquina 😀 Un besote.
Jaja, eso de la terapia narrativa me (nos) lo tienes que explicar en algún momento. Ah, y cómo colocar las comas, que no tengo ni idea y me estoy volviendo loca cada vez que te comento algo :-).
Y sí, tengo twitter, ahora te escribo algo en la frase.
A ver si el último post que he escrito te orienta un poco acerca de la terapia narrativa. En realidad, es mucho más simple de lo que parece: puesto que todo el rato nos estamos contando historias, vamos a hacerlas bonitas. Es un poco como mi rollo con el blog 😉
En cuanto a las comas, prometo no juzgarte por ellas :p Además, por lo que he visto, las colocas de forma bastante decente. Jeje. Un beso gigante, linda.
El miedo… el miedo me llevó a pretender controlar todo lo que tenía alrededor. Tarea absurda e imposible.
Curiosamente nunca me ha pasado con los viajes, jejeje, menos mal.
Al final, después de mucho batallar preferí hacer lo que hacía en los casos que no tenía miedo, o no de ese paralizante: tirarme al ruedo y a por todas. Autoconvencerme de que podré con lo que sea que tenga que poder en ese momento. Ya me preocuparé en caso de que salga mal.
Evidentemente sigue habiendo situaciones en las que me paralizo por el miedo pero no son ni el 2% de las que eran antes.
Hay que lanzarse, a por todas. Aunque con cerebro claro (echar pestillos, evitar ciertas horas en el caso de tu post 😉 ).
¡Abrazos!
Tienes toda la razón. La precaución no está reñida con el miedo. Un besote :*
Ay, llego un poco tarde! Pero mi opinión es básicamente la que escribió ahí arriba Violeta 🙂
¡Tú nunca llegas tarde!
¡¡¡Yo si que llego tarde y requetetarde!!!
Mi opinión es que todo lo que no te mata te hace crecer/vivir.
Supongo que siempre habrá un miedo al que no te enfrentes por ti mismo, pero en general entiendo la superación de los miedos como un aprendizaje. Otra tarea más que nos ponen en el camino.
Esto también es un miedo que estoy superando. El que la gente pueda leer lo que pienso. ; )
Un saludo.
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Resumo todo en esto: «Arriesga hasta donde sepas que podrás afrontar las consecuencias, y después arriesga un poco más» <– excelente!
Hola, yo nunca quiero quedar embarazada, pero tengo miedo que alguien me viole, además no quiero tener que ir al ginecólogo.
Cómo puedo dejar de pensar todo el tiempo en eso y vencer ese miedo?
¡Qué artículo y qué comentarios tan geniales! Yo diría que más que un tema, el miedo es EL tema de la humanidad.
Un abrazo.