Paso a paso

Son las doce de la noche, y Pablo y yo caminamos con las mochilas al hombro por Cuerda Larga, una ruta de senderismo que va de Navacerrada a Morcuera. Andar de noche puede sonar muy romántico, pero no es más que el resultado de nuestra incapacidad para salir temprano de Madrid. Por otra parte, resulta que hoy hay luna llena y el camino puede verse con claridad sin usar el frontal, así que nos cruzamos con varios grupos de personas que han tenido la misma idea que nosotros.

Cuando el desnivel nos deja, charlamos acerca de por qué a veces a las personas nos gusta poner el cuerpo al límite. «Es porque acalla a la mente – le cuento a Pablo -, y todos necesitamos ese silencio de vez en cuando». En la montaña hay momentos en los que sólo puedes concentrarte en continuar un poco más. Te retumba el corazón en los oídos y no te atreves a levantar la cabeza para ver cuánto queda hasta la cumbre. Pablo lleva el doble de peso que yo y, aun así, podría ir el doble de rápido; noto cómo trata de acomodar su paso al mío y se lo agradezco. Cada cinco o diez minutos me pregunta si voy bien, y yo asiento con la cabeza y sonrío. Veo brillar sus dientes a la luz de la luna y seguir frente a mí, mostrándome la ruta.

A nuestros pies se ven los pueblos de la sierra, y al fondo está la mole iluminada de Madrid. La que hemos liado los humanos, pienso siempre cuando veo estos despliegues de medios para las absurdas criaturas bípedas que somos. Cada cierta distancia, un manchurrón de nieve tardía brilla bajo la luna, y los cables vacíos de los telesillas aguardan pacientes a que termine el verano recién estrenado.

Le cuento a Pablo que de pequeña hacía rutas largas con los scouts, y que antes de empezar la primera, una compañera un par de años mayor me dijo algo que no he olvidado todavía. «Caminar no es cuestión de fuerza física – me explicó -. En tu cabeza hay una lucecita, que puede estar encendida o apagada. Mientras la lucecita esté encendida, no importa lo cansada que estés, lo asfixiada que vayas o lo mucho que te duelan los pies. Podrás seguir andando». Pienso en Joe Simpson en «Tocando el vacío«, y en cómo su lucecita le salvó la vida. Recuerdo todo lo que aprendí caminando con mis compañeros acerca de la voluntad, el cansancio, el dolor y la recompensa.

Si tienes en mente todo el camino que te queda por recorrer, te abrumará. Es más fácil abordarlo paso a paso, respiración a respiración, latido a latido. Mientras trato de seguir el paso elástico de Pablo, me pregunto si no puedo dejar de pensar en términos metafóricos ni siquiera ahora, en mitad del silencio, caminando de noche por la cresta rocosa de estos picos. Me pregunto si las metáforas imitan a la vida o es la vida la que imita a las metáforas; si yo estoy buscando lecciones bajo las piedras o se trata del funcionamiento de la mente, que es igual en  todas partes. Concluyo que no importa qué fue primero: que a mí esta metáfora me sirve. Y más tarde, mientras engullimos la cena dentro de la tienda y escuchamos soplar el viento a nuestro alrededor, decido que basta con encender la lucecita, conocer las propias fuerzas, descansar cuando sea necesario y buscar una buena compañía. De esa forma, uno puede enfrentarse a casi todo.

PD: SÉ que me fumé el Reto Psicoescritor ayer, y lo siento. Voy a seguir, aun así; comprometerse a fallar es una de las maneras más potentes que existen de mantener los propósitos.

PD2: ¿Qué tal ha ido tu finde, jipi? Espero que la mitad de divertido que el mío. ¡Feliz lunes!

[Imagen: Club de Montaña Ponte las…]